María del Carmen Rombolá, la descuartizadora de Funes
La mujer que mató y descuartizó a su marido en una casa de Funes llegó a inspirar un capítulo de la serie “Mujeres asesinas”. Una nota recuerda el caso que conmocionó a la ciudad.
Allá por el 2003 nuestra ciudad estuvo en boca de todo el país porque en una vivienda de si territorio se cometió un crimén de esos que no pasan desapercibidos. Una mujer, María del Carmen Rombolá, mató a su pareja -el camionero Adolfo Godoy- y luego la descuartizó.
A continuación, reproducimos una nota escrita por el gran cronista policial Ricardo Ragendorfer en el sitio web de Telam.
Ella era una emprendedora nata, una virtud muy valorada en tiempos difíciles. Tanto es así que, entre 2008 y fines de 2010, María del Carmen Rombolá –de 65 años en la actualidad– supo convertirse en la figura clave de una, diríase, Pyme, abocada a cometer estafas mediante la venta de vehículos robados.
Lo notable es que se volcó a tal quehacer desde la Unidad Penitenciaria Nº 5 de Rosario. Allí cumplía una condena de 12 años por un homicidio que sacudió a la pequeña ciudad santafecina de Funes. La víctima fue nada menos que su pareja, el camionero Adolfo Godoy, quien terminó descuartizado.
En su momento, sobre aquel crimen corrieron ríos de tinta. Sus detalles habían tenido una enorme acogida en la opinión pública. Fue un festín para la “sociedad del espectáculo”. Por ello, el asunto hasta inspiró un capítulo de la recordada serie televisiva “Mujeres asesinas”.
¿Acaso en esta trama la vida imitaba a la ficción? Imposible saberlo. Aún así, el modo apelado por su hacedora para borrar los vestigios físicos de su acto fatal, potenciaron el morbo colectivo.
Pero vayamos por partes.
Cristiana sepultura
Imposible no recordar sus presencias en un sitio como ese. La mujer, aunque algo entrada en carnes, lucía un trajecito sastre y peinado de peluquería. En cambio, el hombre que la acompañaba era delgado, macilento y se cubría del frío con un gastado camperón. Ambos habían llegado al humilde barrio Fonavi –en las afueras de Rosario– a bordo de un Gol último modelo. Y con pasos resueltos se encaminaron hacia una huerta comunitaria lindante al cementerio de La Piedad.
Ella llevaba la voz cantante y aseguró ser una funcionaria municipal que traía una propuesta solidaria: construir un horno de barro para los chicos que allí se rehabilitaban de adicciones varias. Éstos, entusiasmados con semejante iniciativa, cavaron durante dos días un pozo de tres metros de profundidad. Tal etapa de la obra culminó con una loza de cemento colocada por el hombre, mientras los pibes disfrutaban de un merecido refrigerio.
Corría el 6 de agosto de 2003.
La siguiente escena se desarrolló a casi 20 kilómetros de allí, en Funes, al anochecer de ese mismo viernes.
Un automóvil con vidrios polarizados se hallaba estacionado detrás de una frondosa arboleda. Sus ocupantes pertenecían a la División Homicidios de la policía provincial y estaban encabezados por el comisario Daniel Corbellini. El tipo no despegaba los ojos de la única casa en ese tramo de la calle Lavalle.
Unas horas antes hubo una llamada anónima al 911 para denunciar el descuartizamiento de un hombre y la identidad de la posible victimaria. Esta no era otra que María del Carmen, quien convivía allí con Godoy desde 1991. Lo cierto es que a los vecinos les llamaba la atención su ausencia, y que otro hombre se hubiera instalado allí.
La vigilancia policial se prolongó hasta el amanecer del sábado, cuando Corbellini vio salir a la dueña de casa y a su huésped. Entonces dio la orden de entrar en acción.
Sorprendentemente, la mujer confesó su crimen a boca de jarro. Pero se mostró reticente en señalar donde se encontraba la víctima. Porque el cadáver de Godoy brillaba por su ausencia.
Fue recién en el transcurso del 10 de agosto cuando fue develada dicha incógnita. La huerta del barrio Fonavi no tardó en llenarse de uniformados que procedieron a destrozar la loza que iba a servir como base del horno de pan. Así fue como exhumaron 19 trozos humanos, ante la mirada estupefacta de los chicos del lugar. Ese domingo era el Día del Niño.
Delicias de la vida conyugal
La señora Rombolá permanecía desde entonces detenida en el sector femenino de la Alcaidía de Rosario. Mitigaba las horas muertas con la lectura de novelas románticas y tomando mate con otras reclusas. Pese a las rejas, solía mostrarse elegantemente vestida, tal vez para así conservar vestigios de su vida anterior.
Ella había sido empleada de comercio, gestora automotor, tramitadora de créditos para terceros y puntera de una agrupación menemista. De hecho, a fines de 1990, conoció a Godoy durante un acto político en Villa Gálvez. Y se sintió inmediatamente atraído por esa mole de 120 kilos. De manera que, poco después, iniciaron una vidriosa convivencia.
“Al principio, nuestra relación fue idílica –dijo con la mirada puesta en sus uñas recién pintadas–. Recién al año siguiente empezaron las agresiones”.
Así arrancó una entrevista con el autor de este artículo, realizada a fines de 2003 para el programa “Historias del crimen”, que se emitía por Telefe.
El vínculo entre María del Carmen y Adolfo, que tenía siete años menos que ella, no tardó en adquirir visos borrascosos. En tal contexto, ella se definía como una mujer golpeada y sometida. Porque cualquier pequeño error, como una camisa mal planchada o un café demasiado azucarado, podía convertirse en el disparador de una nueva paliza. Siempre según su versión, durante esos castigos él la tiraba sobre un doberman llamado Rufus que, invariablemente, concluía la faena a pura dentellada. Hasta que el perro murió atropellado por un auto. La descuartizadora evocó aquel percance con un dejo de melancolía: “Lo enterramos en el jardín. Pero enterito, eh”.
Otras versiones sostienen que la violencia entre ellos era mutua. En el expediente hay declaraciones que coinciden en describir a María del Carmen como poseedora de una personalidad tan agresiva como la de su pareja, algo que se habría acentuado por la negativa de Godoy a tener hijos. El caso es que la convivencia se tornó cada vez más insostenible. Y el homicidio se produjo en medio de una de esas reyertas.
En aquella entrevista, su relato al respecto fue: “El sábado a la noche yo había llegado un poco tarde. Adolfo estaba disgustado y empezó a insultarme. No le contesté para que no se pusiera nervioso. Entonces, me dijo: ‘No se te ocurra dormir, porque te voy a matar dormida’. Esa noche no pegué un ojo. En la mañana del domingo, Adolfo se quedó acostado. Preparé el desayuno para llevárselo a la cama. Pero él no estaba de humor, y agarró una cuchilla de la cocina para empezar a tajear la lona del quincho. Después agarró un bidón de nafta, la roció y fue a buscar un encendedor. Ahí me interpuse. Fue cuando él sacó un revólver. Nos pusimos a forcejear…”
–¿Y qué pasó?
–Bueno, pasó lo que pasó…
–¿Qué recuerdos tiene de aquel instante?
Antes de contestar se mordió el labio inferior. Luego, dijo:
–Mi único recuerdo es que caemos. Y como él no se levantaba, pensé que me estaba haciendo una broma.
Contradiciendo tal explicación, algunos vecinos declararon haber oído a Godoy gritar: “¡Soy tu marido! ¡A mí no me podés hacer esto!”. Por toda respuesta, solo se escucharon tres disparos.
El rey del corte
Así transcurrió el último acto de un amor no muy bien avenido: lo que pasó en los días posteriores hizo de este asesinato un hecho aún más espeluznante.
Al caer la noche de aquel mismo domingo, María del Carmen salió otra vez de su casa, pero para volver con quien sería el tercer cateto del expediente: Andrés Pichotto. Este hombre, de 42 años, era un buscavidas que alternaba su oficio de albañil con labores de jardinería; además repartía los impuestos de la Municipalidad y era un mandadero del intendente. Pero en sus ratos libres tenía una actividad suplementaria: pasar tórridos momentos con la señora Rombolá. Hacía un año que era su amante.
Según ella, la participación de Pichotto en esta trama fue algo así como el desinteresado auxilio brindado por un caballero a una dama en apuros. Al relatar esta cuestión específica, volvió a morderse el labio inferior.
“Nos encontramos en la calle y le conté lo que había pasado. Entonces, me acompañó a mi casa. Yo le dije que no quería ver el cadáver ahí. Y él se lo llevó al quincho”.
El cuerpo sin vida de Godoy parecía más descomunal que antes. Tanto su peso como sus casi dos metros de estatura transformaron el traslado en un verdadero problema. No obstante, la asesina y el albañil se las ingeniaron para arrastrar el cadáver, que terminó tendido en una mesa junto a la parrilla. Allí, luego de una extenuante faena, Godoy fue fraccionado con serruchos, cinceles y hasta con una amoladora.
Esos trozos humanos fueron colocados durante cuatro días en un tacho repleto de cal viva. Después idearon la maniobra de la granja comunitaria.
Al toparse con los restos fragmentados de la víctima, el asombro de los policías fue descomunal. Y para efectuar la autopsia, los forenses se vieron obligados a colocar los trozos sobre una camilla en el orden que había tenido el cuerpo antes de ser mutilado.
El detalle de la cal le confería al pobre Godoy el aspecto de una escultura antigua hallada en una excavación arqueológica.
Antes de volver a su celda, María del Carmen dijo que lo de la huerta no había sido idea suya. Y agregó:
–Pero no me opuse. Porque dentro de mi conciencia pensé que Adolfo tenía derecho a una tumba.
–¿Usted dice que aceptó eso para darle, digamos, cristiana sepultura?
–Exacto –dijo, clavando nuevamente los ojos en el esmalte de sus uñas.
La gestora automotor
¿Acaso la muerte de Godoy fue un acto en legítima defensa? Tal fue la línea argumental deslizada por el abogado de María del Carmen. Pero el juez Luis Giraudo dictaminó que, en medio del forcejeo del hombre con su pareja, éste debería haber efectuado un movimiento imposible con la mano derecha para realizarse él mismo los tres disparos que lo llevaron al Más Allá. De modo que, en 2006, María del Carmen fue condenada a 12 años de prisión.
En cambio, Pichotto la sacó barata: apenas tres años sin cumplimiento efectivo por “encubrimiento” (habida cuenta de que trozar un cuerpo sin vida no es una acción castigada por la Ley).
Al año siguiente, la Cámara Penal confirmó la condena de la mujer. Entonces fue trasladada desde la Alcaidía a la Unidad Penitenciaria Nº 5 de Rosario. Mientras tanto, el rastro de Pichotto se extravió para siempre.
Ya en 2008, ella obtuvo el beneficio de salidas transitorias por razones laborales. Era el paso previo a la tan ansiada libertad condicional.
Pero dos años después recibió una mala noticia, al ser notificada de su imputación por el tema de las estafas con la venta de vehículos robados. Tales trapisondas habían sido denunciadas en seis juzgados de Instrucción. El rol de la reclusa en este “negocio” era la confección de los papeles para concretar tales operaciones, un trámite que ella conocía al dedillo debido a su anterior trabajo como gestora automotor.
En 2015, cuando le faltaban solo cinco meses para saldar la condena por el asesinato de Godoy, le "tiraron" seis años más por la causa de las estafas.
María del Carmen ya se encontraba bajo arresto domiciliario a raíz de ciertos problemas de salud. Y vivía en la casa donde, en una ya lejana mañana, había asesinado el camionero.
Al comenzar esta década recuperó la libertad. Nada más se supo de ella.
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