Jueves, 28 de Marzo 2024
Domingo, 04 de Julio del 2021

“Hay que sacarle los cucos al cáncer”

María Inés Ochoa es de Funes. Transitó un cáncer que está cumpliendo su quinto año de remisión. Puede contarlo. Y, principalmente, quiere hacerlo.

por Vanesa Fresno

María Inés Ochoa quiere hablar de cáncer. “Hay que sacarle los cucos al cáncer”, dice. Cree que, aunque siempre cueste, hablar de la enfermedad es necesario, “que alguien pueda ver en otra persona a alguien que se recuperó”. “Yo no cuento que tuve cáncer”, confiesa y por eso aceptó esta charla con InfoFunes. “Me parece que de lo que no se habla no existe, y si no existe no va haber nunca prevención, hay que hablar más”, afirma.



“El cáncer es una enfermedad crónica que en algunos casos se lleva puesta la vida y en algunos otros, uno se recupera y puede retomar la vida normal”, cuenta. Y María Inés conoce esas dos caras de la misma moneda. En plena etapa del tratamiento con rayos, cuando comenzaba a ver la salida de su dolencia, su hija mayor también enfermó de cáncer y, luego, falleció. “Fue como poner la vida en pausa, yo estaba curada y ella empezaba a transitar la enfermedad”, recuerda. Esa tragedia puso a su recuperación mucho más atrás que un segundo plano. “Me parece infinitamente superior en mi emoción lo que le pasó a mi hija que lo mío, nunca podría hablar de mi éxito cuando no lo busqué ni lo pedí y mi hija no lo pudo superar”, dice.



Por eso, María Inés también quiere despojar de épica el tránsito por un cáncer. “Las personas que nos recuperamos no hablamos de ninguna lucha y las personas que no pasan el cáncer no fracasan”, dice. “No somos guerreras de la vida, somos personas normales que nos toca transitar una enfermedad, lo único que necesitamos es sentirnos acompañadas y escuchadas, no evaluadas en si fuimos ‘exitosas’ o no en lo que transitamos, porque a lo mejor no pudiste, y eso no te hace peor persona”, afirma.



También, subraya, hablar de la experiencia propia puede ayudar a desterrar los prejuicios y tabúes de lo que significa transitar un cáncer, iniciar un tratamiento, buscar la sanación. “Yo en ningún momento pensé que me iba a curar, me imaginaba la película de Evita, con esos mismos dolores, ese es el cuco del cáncer, pero de lo que yo me imaginé a lo que fue, nada que ver”, dice.



Un largo camino


María Inés fue a la guardia del Hospital Centenario de Rosario allá por 2016 a sacarse la duda porque sentía que algo raro le estaba pasando. “Yo no me di cuenta que tenía cáncer, lo que sentía era que mi cuerpo me abandonaba, tenía dolores que nunca había sentido, pero más que eso no”, recuerda. Allí comenzó un periplo “largo, lento y desgastante”. “No fue algo rápido el diagnóstico, los primeros análisis no salieron bien pero tampoco daban un resultado definitivo, tuve que hacerme muchos estudios”, cuenta. 



Hacía poco que había perdido la cobertura de la obra social, por lo que María Inés encaró todo el proceso en la salud pública, algo que al principio no ayudó a acortar los tiempos. “Una biopsia a nivel público tarda un mes en tener el resultado”, afirma. En todo ese compás de espera, dice que se sintió “observada más que contenida”. “Tenía que actuar el papel de fuerte y entonces no me permití caer, me encerré en el círculo de mi familia, poca gente lo sabía, era difícil contarlo, ni siquiera yo lo entendía, me doy cuenta ahora lo poco que he contado del tema”, confiesa.



Su cabeza, mientras tanto, corría una carrera loca de ansiedad y miedos. “Se me cruzó desde la falta de agua potable que podría haber influido en la enfermedad hasta mi alejamiento de los médicos, porque yo siempre era la última en conseguir turnos, no me hacía atender”, recuerda. “Cuarenta millones de cosas se te plantean, hasta la idea de que me iba a morir de esto”, dice.



Hasta que llegó el diagnóstico y, con él, el tratamiento que también derribó ciertos prejuicios. “Yo tenía la impresión de que una enfermedad a nivel privado se trataba de una manera y a nivel público de otra, me parecía que no iba a conseguir las drogas, todos los cucos, pero no pasó nada de eso: me crucé profesionales maravillosos, pude recibir todo en tiempo y forma, me operé y me recuperé”, afirma.



En medio de todo eso, una familia detrás -o mejor dicho, alrededor- que acompañaba como podía. “Me pasó que había muchos silencios, no se pronunciaba la palabra. Después comprendí a lo largo del tiempo que cada persona procesa la información de su ser querido como puede”, afirma. En su caso, dice que sus sostenes fueron sus “compañeras de quimio”, sus hijos, su marido, su prima “y poca gente más”. Es que, afirma, “generalmente la familia que rodea a una persona con cáncer es muy chica”. “En mi caso, el círculo se achicó por decisión propia, porque me permitía estar un poco más concentrada en lo que tenía que hacer”, apunta.



María Inés acepta que “es muy difícil comunicar este tema” y que “cuesta hacer comentarios constructivos”. “A veces que alguien te diga un ‘te tenés que poner bien’, no sirve”. También acepta que cerrarse en un pequeño círculo “es un efecto búmeran, porque te aglutinás tanto con el núcleo que estuvo que después es difícil poder abrirse y contar cuando ya pasó”.






Después


Un día, el médico le dijo a María Inés que ya no tenía cáncer. Ella explica que, técnicamente, no se dice que la persona esté curada, sino que la enfermedad está “en remisión”. “Tenés que hacerte controles por 5 años, luego de ese tiempo se considera que no va a volver”. Cuenta que con cada control, con cada análisis “te vuelve todo”. “Aprendés a leer los resultados, si es mucho texto, mucho problema, y si es poco texto, poco problema”, dice y se ríe. “Por suerte a mí siempre me tocó poco texto”, agrega y se ríe más.



De aquella María Inés con miedo a morir y que no podía pensar en curarse a esta María Inés curada, hubo un oportuno y necesario cambio de chip. “Me cambió la cabeza cuando me dijeron que se podía operar”, recuerda. Y eso, dice convencida, es otro cuco del cáncer que hay que derribar. “Hay que cambiar la cabeza, hay cánceres que tienen altas probabilidades de ser curados si se los toma a tiempo”, reflexiona y, en ese sentido, cree que “los gobernantes deben invertir más en salud, hay que empezar a pensar en prevenir, es importantísimo, porque si no la falta de salud es terrible”.



“Vivimos en una ciudad cada vez más grande y no tenemos un mamógrafo, Funes se lo merece, tiene que tenerlo”, dice al tiempo que se preocupa porque las restricciones por la pandemia de Covid-19 desalentaron muchos controles rutinarios que pueden detectar tempranamente las enfermedades. Sin embargo, es optimista: “Pienso que después de esta pandemia va a ser distinto porque la salud o falta de salud nos iguala”.

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