Orcas, tiburones y buques militares secretos: son de Funes y cruzaron el Atlántico en un pequeño catamarán
Un grupo de amigos funenses se animó a lanzarse a una travesía extrema que duró dos meses. "La paz y la energía que da el mar son maravillosas", dijeron.

Un grupo de amigos de Funes celebra la travesía que encararon de Francia a Brasil hace dos años, cruzando el océano Atlántico a lo largo de dos meses. Amantes del mar, acompañan a uno de ellos a entregar embarcaciones a sus nuevos dueños, disfrutando del trayecto. Y si bien cuentan con viajes similares, incluso en los que hubo tormentas fuertes y demás, ya piensan en un nuevo trayecto en un catamarán de 12 metros de largo, como el que ya transportaron y navegaron por 60 días.
Gabriela Balzi, una de las funenses que se sumó a esta experiencia, relató a InfoFunes que partieron el 29 de julio de 2023 desde Les Sable d’Olonne (Francia) y llegaron el 15 de septiembre a Salvador de Bahía (Brasil). En el recorrido pasaron por Gijón (España), Portugal, Las Islas Canarias y Cabo Verde. La tripulación esta capitaneada por Guillermo Buiatti y lo acompañaron, además de Balzi, Andrea Buiatti y Roberto Rossua.
Si bien fue un viaje que eligieron hacer, no fue de los más soñados por cuestiones de comodidad ya que, al ser una embarcación nueva, debía entregarse en perfecto estado: su interior viajó envuelto con film y entre víveres y demás, la embarcación quedó muy pequeña para todos. De hecho, Gabriela dormía cada noche en una cama repleta de protectores plásticos y abrazada a una valija.
“En cada parada, que eran de unos tres a cinco días de viaje, bajábamos y nos abastecíamos con todo lo que podíamos, incluso agua, para estos días que nos esperaban en altamar, pero el peor de todos los trayectos fue el de Cabo Verde, porque allí también debíamos cargar mucho combustible, ya que nos esperaban unos 18 días sin ver tierra. Fue duro, pero lo volveríamos a hacer”, confió.
Los funenses compartían el día a día haciendo guardias de tres horas, en las que estaban pendientes del visor, viendo qué barcos se aproximaban, incluso aquellos que no tenían las luces obligatorias. “Cada noche era mirar permanentemente la pantalla y estar bien atentos para poder hacer alguna maniobra, los buques no te respetan mucho, hacen la suya”, sostuvo y dijo que en ocasiones se asustaron por ver de cerca buques militares que, obviamente, no habían aparecido en el radar: “Estas tranquilo y de repente ves como una montaña marrón verdosa, oscura, gigante, que se acerca a vos, cuando están bien al lado veíamos de qué se trataba, pero no puedo negar que la sorpresa no era grata (risas)”. Incluso, “las noches con luna llena podíamos ver contenedores flotando en el mar”.
Una de las anécdotas divertidas fue cuando escuchaban por la radio cómo se comunicaban otros navegantes entre si. También se tuvieron que subir al carajo para arreglarlo y un espectáculo aparte fue ver a los delfines nadar bien de cerca.
“Vimos tiburones, pero allí las peligrosas son las orcas, porque juegan entre ellas, enormes, eran como cinco y terminan dañando el timón del barco. Por eso viajábamos con una eco-sonda (que es un aparato un poco más grande que una banana que se cuelga a 4 metros bajo el mar) que emite una onda para que no se acerquen las orcas. Pero una tarde, que estábamos listos para tirarnos al agua y flotar un rato, los tiburones se comieron la eco-sonda y de repente se nos fueron las ganas de flotar”, dijo entre risas.
Entre las maravillas oceánicas, Gabriela recordó a las noctilucas, esos organismos que se suelen poner fluorescentes en la noche y, al ser removidas por el motor, “quedaba una estela luminosa fluorescente en el agua, pero fue imposible poder captarla con cualquier cámara, es un espectáculo para verlo en vivo”, aseguró.
A su vez, respecto a la tecnología, ellos no contaban con teléfonos celulares a bordo, solo los usaban cuando tenían señal en tierra firme y sus familiares seguían su recorrido a través de una aplicación. “No extrañamos el teléfono en lo más mínimo, sólo en tierra firme descargábamos alguna película, nos comunicábamos con nuestra familia más cercana para avisarles que estábamos bien y nada más”, recordó.
“La paz y energía que te da el mar, el espectáculo que ves a diario es maravilloso, más allá de que estás tanto tiempo lejos de tus comodidades, son grandes experiencias que siempre queres volver a vivir. Incluso comes pero no engordás nada porque estás en movimiento casi las 24 horas del día”, dijo Gabriela y concluyó: “Muchos le teman al mar, pero en realidad, las cuestiones meteorológicas van llegando de a poco, siempre estás informado. Incluso todos en el barco coincidíamos en que sentíamos nuestra vida más segura en el medio del océano que parados solos en una calle de Brasil o Argentina”.
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