Sábado, 14 de Diciembre 2024
Viernes, 26 de Julio del 2024

“Necesitamos recuperar como sociedad el mirarnos a los ojos y el poder escucharnos”

Ayelén Romero es payasa, madre y militante de la lectura. “Una buena historia le gana a cualquier pantalla”, dice.

Desde chicos, la lectura de un cuento siempre fue un momento en el que se detiene el mundo, se abre una compuerta hacia uno nuevo y miles de personajes comienzan a vivir una historia que luego cada uno recordará en su mente. En base a eso Ayelén Romero viene trabajando desde hace años junto a Cuchara (@cucharaclown), su personaje, esa payasa cuenta cuentos reconocida en Funes y en la región por invitar a viajar por mundos imaginarios a través de sus relatos. Una clown que hasta el año pasado usó nariz, pero ya no, porque vio que sin ella el vínculo con el público resulta “más genuino, más sincero”, aunque en la calle cualquier pequeño que la vea la salude al grito de “Cuchara” y no de su propio nombre.

La militancia por la lectura siempre estuvo en ella a flor de piel, incluso cuando eso le costara el puesto laboral, como ocurrió mientras trabajaba como coordinadora en el Museo de los Niños (en uno de los shoppings de Rosario). “Conocí a una pareja en 2009 y ella, Melina Pesoto, contaba cuentos al ritmo de la percusión de su compañero. Una idea que me encantó y que, junto a mi compañero en el museo, el Chino, comenzamos a hacer en ese espacio. Los chicos se re enganchaban pero bueno, nos terminaron echando (risas). No tanto por los cuentos sino porque siempre estábamos defendiendo el derecho de los trabajadores, y si ellos nos pedían, dábamos mucho de nosotros y queríamos que sea recíproco. Y no fue así. Es así como Meli nos invitó a unirnos a ellos y me animé, aún sin saber mucho todo el trabajo y el proceso que se necesita para ser un narrador”, recordó. 

— ¿Conocías algo del teatro o expresión artística?

— ¡Puff! De chica siempre hice arte escénico, teatro, fui a la Escuela de Artes Escénicas de Rosario, hice talleres en el Centro de la Juventud, hice clown, de todo. El teatro siempre fue parte de mi vida, es un lenguaje, una manera de expresarme, de expresarse, y cuando llegué a los cuentos me di cuenta de que era algo que, además de permitirme expresar un montón de cosas, podía usar todas esas herramientas que venía acumulando desde tanto tiempo, y encontrar también mi propia voz para contar.

— ¿Cuándo nació Cuchara?

— En 2016. Ese año comencé con mi compañía que es Cuenta Clown, y desde entonces soy Cuchara, la payasa cuenta cuentos y ambientalista. Porque además del relato, trabajo en ellos con escenarios autóctonos, para que las pibas y los pibes conozcan su territorio, que lo quieran como es, porque convengamos que muchos conocen y piensan en elefantes y no en osos hormigueros, que son más de la zona. Así que cuando escuchen algunas de mis historias, si cierran los ojos, seguramente van a viajar a un lugar cerca del río, a una isla sobre el Paraná o a un espacio verde como los que solemos conocer acá en Funes.

— Esa es la magia de los cuentos, que le permiten a uno a imaginarse todo…

— Los cuentos permiten una manera de vincularse que no es la habitual. Uno debe dejarse llevar para que el cuento llegue, estar entregado a la historia. El que escucha debe creer en lo que el narrador o narradora está diciendo. Ahí hay un código de magia, de fantasía y de confianza que se logra sólo mirándonos a los ojos y escuchándoos, un código que sería bueno recuperar como sociedad.

— ¿Los cuentos matan las pantallas?

—  (Risas) No sé si los relatos matan las pantallas, o es algo que me gustaría que pasara como adulta y madre, pero creo fervientemente que una buena historia compite contra una película, un rato de televisión o el celular. Eso si, hay que generar las condiciones. Hay un entrenamiento que uno debe ir haciendo con los chicos desde pequeños, donde se trabaje el prestar atención, el escuchar al otro, y que las imágenes sean propias, porque uno debe tener la posibilidad de generar sus imágenes ante lo que está escuchando.

— ¿Qué leías o te leían de chica?

—  Mi mamá me leía “El patito coletón”, de Marta Salotti. Con el tiempo lo fui leyendo y supe que es una de las referentes de la narración oral y en el prólogo habla de la importancia de contar cuentos a los niños. Fue muy loco encontrarme de grande con ese prólogo. También tenía una colección de cuentos que se llamaba “Espuma y Negrito”, que era sobre dos caballos, uno blanco y otro negro, que constantemente querían ser uno como el otro, pero cambiaban de color y ya no se reconocían entre ellos. Siempre hablando un poco de la identidad, la importancia de ser felices con lo que somos, que es una de las cosas que me enseñaron mis viejos desde pequeña y que es algo que le hace bien a todas la infancias.


También leí “El Principito”, que siempre cuento que es un libro que me regaló mi hermano para mis 15, y que lo leí de varias maneras. Es decir, esa historia a los 15 no fue la misma que leí y entendí muchos años más tarde, y eso me emocionó y me mostró cómo te llega una historia en cada etapa de la vida.


— Volviendo al tema de la militancia, trabajaste muchos años con niños en Fuerte Apache, también desde el lado de la lectura ¿cómo fue esa experiencia?

— La militancia siempre estuvo en mi historia. Una colección de libros que tengo en la memoria es “Qué es esto de la democracia”. Eran de Graciela Montes, chiquitos, y venían con el (diario) Página/12. Hablaban sobre los derechos, las elecciones, la democracia, eran muy interesantes. De hecho, con mi familia siempre marchamos los 24 de marzo. Y en Fuerte Apache viví una de las experiencias más hermosas. Trabajé nueve años con el grupo Saltando Charcos, con el que íbamos cada sábado. Yo le leía cuentos a los pibes y fue re loco cómo surgió todo. Yo estaba en Jujuy, en una peña, todos subían a cantar y bailar, algo que me gusta hacer pero de caradura, así que me sumé a narrar unos cuentos, y justo me vieron dos del grupo que habían viajado, así que me invitaron a participar, y acepté de inmediato. Fue hermoso ver cómo con esos cuentos les podía ayudar a imaginar un mundo mejor, más amigable.


— Sobre otros autores, ¿cuál fue el que más te llegó?

— Me encanta Gianni Rodari, porque lo primero que leí de él fue “Gramática de la fantasía”, que propone esto de dejar volar la imaginación que tienen las infancias. Ese libro tiene, por capítulos, distintas propuestas para dejar volar esa imaginación, para inventar historias, creo que es una persona que entendió todo y que a los niños hay que darles ese espacio. Siempre digo que es como el compost, que solo hay que separar los residuos que la misma naturaleza produce y que la tierra se tome el tiempo de descomponerla y genere sus nutrientes. Es más, usamos esas historias para una actividad que tuvimos en la Biblioteca Argentina en Rosario, porque algunos tenían tres finales diferentes, así que en la iniciativa “Cuentos por teléfono”, les preguntábamos a la gente qué final querían. Fue muy divertido.

En el mercado hay libros de todo, incluso de los influencers que inventan historias fuera de Youtube y las llevan junto a un manojo de stickes o páginas con actividades. ¿Considerás que estas publicaciones acercan a la lectura?

Si. Es buenísimo ese acercamiento al libro. Hay muchos que tienen calidad literaria y otros que no, pero uno los va descubriendo. Como dice Graciela Montes: “Si uno se quiere entusiasmar, no hay que obligarlo a disfrutar de algo”. La lectura llega y te conquista o no, tal vez no sea tu momento. También pienso que tiene que ver con la persona que te lo regaló, el que te lo leyó, te lo recomendó. Por eso hacer cuentos me ayuda mucho a las mediaciones, porque es un viaje de ida, es la garantía de acercarse a algo que en algún momento te va a dar felicidad. Si es a través de los influencers, genial, y el estar con un libro dedicándole unas horas a la lectura es buenísimo, seguro que algo te va a despertar.

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