Un pacto que nunca se rompió: la historia de Andrew, quien llegó a Funes desde Venezuela y debutó en Newell's
El joven llegó a la primera leprosa, pero su verdadero partido empezó antes: entre carencias, migración, y una red de afectos que lo sostuvo con amor y fe.
El primer regalo que recibió Andrew fue una pelota. Una pelota simple, pero suficiente para encender algo que ya estaba en su ADN y latía dentro suyo: la pasión por jugar; heredada de su padre quién supo ser jugador de fútbol en Venezuela. Lo demás llegó después, en forma de obstáculos, de distancias, de decisiones difíciles. Porque detrás de la pasión, siempre hay algo más profundo: una historia, un origen, un vínculo, un pacto.
Andrew nació en Venezuela. A los diez años, su mamá emigró a Perú y él se quedó con su papá, en medio de una situación económica y social cada vez más compleja. No alcanzaba para comprar botines, ni para pensar a largo plazo. Pero sí había algo que no faltaba: amor, convicción y una decisión silenciosa entre padre e hijo. Andrew soñaba con un futuro mejor y su papá lo acompañaría.
Con un celular viejo, su padre comenzó a grabarlo mientras jugaba. Subía los videos a redes sociales con la esperanza de que alguien los viera. Y alguien los vio.
Ese alguien fue Javier Macchi, rector de la Universidad del Gran Rosario. Gracias a la recomendación del profe Hernan y distintos profesionales de la UGR, Macchi no sólo detectó el talento de Andrew, sino que vio algo más importante: un chico con hambre de futuro, con necesidad de contención, con potencial humano. Le abrió las puertas de su casa, su escuela y su comunidad en el Club del Gran Rosario, Funes; Pero puso una condición clara desde el inicio: “El fútbol puede ser tu pasión, pero la educación tiene que ser tu base. Eso no se negocia.” Y así nació un pacto que nunca se rompió.
Andrew llegó a Argentina y fue abrazado por una red de afectos que creyó en él sin pedir nada a cambio. Con su padre, su madre adoptiva argentina y su hermana como sostén, ingresó al programa experimental de Alto Rendimiento, rindió materias, se entrenó con compromiso, fue acompañado por profesores y familias que entendieron que el talento solo florece cuando hay raíces fuertes.
Durante la pandemia, con la pelota como única compañía. Luego, llegó la convocatoria a la selección Sub-17 de Venezuela, una experiencia que vivió con orgullo y responsabilidad. Y este año, a los 18 y tras siete años viviendo en Argentina, debutó con la camiseta de Newell’s Old Boys. Pero lo que ocurrió en la cancha fue apenas el resultado visible de algo que venía gestándose desde mucho antes.
Detrás de la pasión, hubo un padre que creyó antes que nadie, una madre que acompaño y firmó permisos a la distancia, una familia que se reconstruyó, y un mentor que apostó a su formación integral. Detrás de la pasión, hubo amor por el juego, disciplina, resiliencia y una comunidad que lo sostuvo.
Andrew Pereira una pasión: jugar al futbol, un sueño: triunfar y ayudar a su familia. Andrew no juega solo. Juega con todos los que lo acompañaron en silencio. Y cada vez que entra a la cancha, revalida ese pacto: que los sueños son posibles, cuando hay alguien que no te suelta la mano.
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