Sábado, 23 de Noviembre 2024
Domingo, 06 de Junio del 2021

Débora, su muñeca y el viejo Cochet

Hace aproximadamente un mes Débora Edreira -reconocida funense, presidenta del Club San Telmo- subió a sus redes una foto de un retrato suyo, de niña, pintado al óleo nada más ni nada menos que por el maestro Gustavo Cochet. ¡Que pedazo de tesoro! ¿no?

por Vanesa Fresno/Infofunes

La verdad que esa joya desempolvada por Débora nos vino como anillo al dedo porque hacía rato que teníamos ganas de volver a escribir sobre Cochet, sin dudas el artista más grande que vivió en esta ciudad. Así que investigamos un poco sobre como fueron aquellas jornadas de pintura entre la niña Débora y el viejo Cochet. En las líneas que siguen vamos a ir mezclando los recuerdos de aquella pintada con algunas pistas y minucias de cómo era el modus operandi de este gran artista.

“Fue en el ’75, yo tenía 4 o 5 años y me acuerdo que después del jardín mi mamá me llevaba a la casa y estudio de Cochet. Ahí me vestía con esa ropa que estoy en el cuadro y empezaba la sesión. Me sentaba en un sillón, ese poncho que se ve atrás era de mi hermano, y la muñeca me la daba él. Era un lugar con unas cortinas muy altas, oscuro. Yo tenía que quedarme quietita ahí y él capaz que daba una pincelada por día… no lo recuerdo bien pero fue mucho tiempo. Al lado, Silvia (Cochet, la nieta del pintor) estaba sentada en un sillón grande y me leía cuentos para entretenerme y que no me moviera, para mí era un sacrificio…”, inicia su relato Débora, que recuerda mucho para haber tenido sólo 4 años.

El párrafo escrito recién deja mucha tela para cortar, pero arranquemos con lo más trascendente. Quizás lo más groso que tenga el Museo Cochet hoy en día es que conserva el atelier del pintor, el taller en donde Cochet trabajaba, en el mismo estado en el que estaba cuando el pintor y grabador murió, allá por 1979. Un testimonio inigualable, con pinturas suyas colgadas, la prensa que usaba, las herramientas, chapas, tacos originales, el caballete y los bocetos originales. Ese atelier, Cochet lo hizo construir copiándolo exactamente igual al que tenía cuando pintaba en París, en la década del ’20, todo un símbolo de la nostalgia por aquella ciudad y aquel momento.

Para que se den una idea, si Débora quisiera, hoy podría ir al Museo, entrar al atelier, sentarse en el mismo sillón donde se sentó hace 46 años y sacarse una foto. Todo va a estar igual que en 1975 (ya vamos a hacer la foto cuando se tranquilice el Covid).  

EL CUADRO:

"Débora y su muñeca", fue pintado por Gustavo Cochet en 1975.


El viejo Cochet era amigo del abuelo de Débora, Emilio Edreira, que también pintaba. A su vez, el tío de la niña noviaba con Silvia Cochet, la nieta del artista. De ahí viene el vínculo. “Y él quería pintarme porque decía que yo tenía los ojos tristes”, recuerda Débora. Silvia nos profundiza la idea: “Ella tenía una expresión muy particular, no es que ella fuera triste, pero tenía los ojos profundos y los párpados un poco caídos, y para un artista siempre es un desafío poder plasmar en una obra una expresión así”.

Mientas hablábamos con Débora nos surgió una duda: ¿Fue muchas veces a posar al atelier? ¿Tan lento pintaba Cochet? ¿O se trata de la típica mirada distorsionada que puede tener un niño? Por suerte Silvia tiene respuestas para esto. “Sí, habrá venido seis o siete veces. La forma de pintar de mi abuelo era de muchas sesiones, pero las sesiones eran cortas, no más de veinte minutos, el tiempo que podés tener a un niño quieto. El planteaba primero el bosquejo, después iba viendo el color, iba haciendo un planteamiento más global y después iba a los detalles del rostro. Entonces a veces hay que esperar a que el óleo seque para poder seguir trabajando, y una serie de pasos que no se hacen todos juntos en un día”, explica.

“Y, además, por la forma de entender su arte, Gustavo Cochet no pintaba mirando fotos, lo vívido de la expresión que él pretendía captar era con esa persona posando, con toda su espiritualidad, su humanidad, su forma de expresión. Con los niños eso es muy difícil, lograr un retrato que tenga la frescura que ellos tienen”, profundiza Silvia, que es docente de artes visuales y por eso explica todo tan bien.

Y ahora vamos con otro dato interesante para desmenuzar. Contó Débora que siempre iba a la misma hora, después de salir del jardín. No es algo caprichoso. También dijo que era una habitación oscura. Veamos… “La luz entra por un ventanal muy grande pero que da al sur, entonces no agarra la luz fuerte de la mañana ni la del atardecer. Para los pintores la luz es muy importante, entonces Débora venía siempre a la misma hora. Por ejemplo, si el armaba una composición, con objetos, con una naturaleza muerta en un rincón del taller, la dejaba y pintaba siempre a la misma hora, porque la luz cambiaba las sombras y los colores”, contextualiza Silvia.

Después de tantas jornadas que agobiaban a aquella niña de 5 años, terminada la obra, que Cochet nombró “Débora y su muñeca”, en algún momento la misma fue obsequiada a la familia Edreira. Acá la historia no se pone de acuerdo con sus protagonistas. Para Débora Cochet nunca la largó y el regaló vino de parte de Silvia recién después de su muerte. Para Silvia, fue el propio Gustavo quien la obsequió después de exponerla en la Galería Renom, de Rosario. 

Quedará la duda, que de por sí no parece muy importante de develar. La cuestión es que Débora odió esas sesiones tediosas. Después, de adolescente, no le gustaba para nada aquel retrato que su madre tenía colgado en su casa. Pero hoy, la obra descansa en el lugar más cálido de su casa y la vida ya le permitió entender que esa obra de aquel gran artista no solo es un privilegio, también es un orgullo. “La valoro tanto. Porque me recuerda a mi hermosa niñez. Y tener un retrato de él me emociona. Me miro y veo mi vida”, nos cuenta con la voz hecha un nudo.  


¿Cómo llegó Cochet a Funes? 

La partida de nacimiento de Cochet dice que nació en un sanatorio de Rosario, pero su familia vivía en Carlos Pellegrini, un pueblo de Santa Fe. Anarquista desde joven, se formó como artista y enseguida emigró hacia Europa, adonde estaba la movida de la época. Vivió en los locos años 20 de Paris. Se casó con una catalana, tuvo un hijo, se instalaron en Barcelona y allí trabajó para el gobierno de la Segunda República española. Cuando el ejército intenta un golpe de Estado y se desata la guerra civil guarda los pinceles y se convierte en miliciano, siempre desde el sector anarquista de los republicanos. En 1939 la República es derrotada y vuelve con su familia a Argentina en condición de repatriado. Consigue un cargo de profesor de arte en la ciudad de Santa Fe y después de unos años vuelve a Rosario. En 1950 se instala en una Funes casi rural, aquí construye su casa y su taller, con un jardín repleto de árboles, con gallinas y otros animales, en donde incluso cultivaba las flores que después pintaba en sus cuadros. Aquí vivió con su familia hasta 1979, año en que murió. Su casa y atelier se mantuvieron intactos y en el año de 2007 se creo el Museo Cochet, una de las joyas que guarda nuestra ciudad.

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