Víctor Zamboni, el cura sanador que volvió a Funes
Es el único hijo varón de cinco hermanos. A los 17 años se inició en el sacerdocio y hace más de 20 que realiza la imposición de manos, acto que sus seguidores describen como milagroso.
por Vanesa Fresno/Infofunes
Víctor Eduardo Zamboni tiene 57 años y lleva toda una vida dedicada al catolicismo. Dentro de la Iglesia Católica, profesa la corriente de renovación carismática. Desde su adolescencia recorrió varias ciudades hasta que se asentó en Correa y allí pasó los últimos 20 años de su vida, sumando fieles y convirtiéndose en un sacerdote querido y respetado en toda la región. Hace una semana llegó a la Iglesia Nuestra Señora del Carmen, para quedarse.
Él mismo se define como una persona que ha heredado de su padre “el deseo de buscar siempre el lugar donde Dios te llama”, ya que era empleado de Obras Sanitarias y para buscar una mejor posición en su trabajo se trasladó de un lugar a otro con su familia hasta que finalmente se asentaron en Funes. Y atribuye a su parte materna la Fe: “Ella no era católica, pasó de la Iglesia Evangélica luterana a la Católica en el año que yo nací, porque no quería que nosotros vivamos lo que ella vivió de chica, que fue ser discriminada por no ser católica”.
A los 17 años, en un retiro espiritual en Paraná, tomó la decisión de dedicar su vida a Dios, desde entonces lo trasladaron a Buenos Aires y fue allí donde comenzó a transitar el camino de la sanación con la imposición de manos y a sentirse más identificado con la práctica denominada carismática. “A su vez la orden franciscana toma pautas internas que no terminaban de convencerme y no estaba de acuerdo, por lo que me vuelco al Movimiento Carismático Católico”, recuerda el padre Víctor.
“En 1994, me invitan a participar en una iglesia muy grande de San Justo, con un padre muy conocido, a quien Víctor Sueiro nombró en su libro “Curas Sanadores”. Una vez él tuvo que ausentarse y me llamaron a mí para que diera la misa. Yo argumenté no saber si era la persona indicada pero ellos habían coincidido que sí y así comencé. Entonces llevamos a San Antonio de Padua, donde yo vivía, esta experiencia y la gente empezó a congregarse en las misas, venían de todas partes a participar. Las misas eran largas, de dos horas, le encontré el gusto de hacerlas así más extensas”, reconoce.
Su recorrido siguió en Rosario, donde lo trasladaron como ayudante por diferentes barrios en los que le tocó convivir con realidades muy dispares. Estuvo en la zona de Villa Banana y Boulevar Segui: “Había un clima complejo por el contexto social y económico, la gente del barrio no conocía el centro de Rosario, ir hasta allí era como ir a una gran ciudad, se vive un gran aislamiento social y económico, todo se desenvolvía dentro del barrio y la parroquia funcionaba como un lugar de reunión y de convocatoria”, contó sobre esa experiencia.
De ahí se trasladó a pleno barrio Pichincha, en una Iglesia ubicada en Richieri y Catamarca, un barrio al que define por ese entonces como muy alejado a lo top que es ahora. “Era un barrio particular porque esas casas antes eran de malevos, conventillos, prostíbulos, el barrio tenía esa impronta esa historia”, recuerda.
El ofrecimiento de asentarse en Correa como cura párroco lo encuentra en un barrio de La Florida. Hasta el momento, Zamboni no había vuelto a practicar la imposición de manos ni a realizar las misas de sanación. “Correa es el lugar donde nació mi mamá y tengo familiares lejanos allí, por eso el lugar significaba un reencontrarme con mis raíces”, señaló.
En Correa, el Padre tenía a su cargo una iglesia y dos capillas, los primeros años comenzó a implementar las prácticas tradicionales, y en 2003 inició con las misas y las prácticas que le darían el título de “cura sanador” y “cura milagroso” que tiene actualmente.
Sobre esos comienzos, el padre Víctor los relaciona a un hecho terrible que le tocó vivir. “El mismo año, en 2003, perdí a mis padres con una diferencia de 17 días, esto fue un punto de inflexión para mí, porque para llenar ese vacío que queda en la vida de cualquier persona, me volqué a buscar más en Dios qué tenía preparado para mí y decidí comenzar con las misas de sanación”.
Esas misas se realizaron durante un año de manera semanal y desde el 2004 hasta la actualidad se brindaban una vez al mes, congregando a más de 400 personas en cada ocasión. Llegaba gente de Cañada de Gómez, San Jerónimo, Carcarañá, Casilda, Totoras, Roldán, y Funes.
“El lugar de encuentro era el salón de la Sociedad Italiana, ya que nuestra parroquia, Nuestra Señora de la Merced, no daba abasto. Algunos martes hacíamos bendición de las piernas “para que se abran los caminos cerrados”, otros ungimientos con oleo bendito, en otro entregábamos el óleo o paños bendecidos”, enumera.
Luego de cada encuentro, llegaban decenas de historias confirmadas de personas que se habían sanado tras alguna de las misas o la imposición de manos. La gente compartía los testimonios que iban desde sanaciones de enfermedades, hasta el milagro de una mujer que recuperó la vista.
También, en todos esos años, le tocó vivir cantidad de experiencias negativas. “Hay más cantidad de miembros de sectas satánicas de lo que uno se imagina. Grupos que manipulan psicológicamente a las personas para sacar retribuciones económicas y espíritus demoníacos que se apoderan de las personas”, señala.
El Padre Víctor tiene para contar una cantidad de historias que serían dignas de un documental o una película de terror, pero que asegura fueron reales y que le costaron ganarse muchos enemigos. “La gente de Roldán hacia el oeste, es más cuidadosa de lo que dice y lo que piensa y cuando había un caso de un espíritu malvado, se hablaba durante semanas y no faltaba el que se alarmaba o enojaba, pero tanto yo como mis colaboradores lo sentíamos como un deber no dejar a merced a esas personas”, dice.
Sobre qué siente o cómo define lo que le pasa cuando da las misas de sanación y realiza la imposición de las manos y lo que genera en sus fieles, el padre Víctor comenta: “En cada encuentro yo brindo una instrucción en la fe, luego la oración y luego la bendición. No soy curandero para que la gente haga una cola y crea que le van a sacar los demonios o va a haber un rito mágico para conseguir lo que quiera. A veces la gente busca algo más; saber si su hijo se iba a sanar, si su esposo iba a volver, etc. No soy vidente, yo veo cosas en la oración pero no de nadie puntual”, aclara.
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