Sábado, 20 de Abril 2024
Domingo, 15 de Agosto del 2021

Rendirse jamás: una vida diferente, pero no menos vivida

A diez años del accidente que cambió su vida y la de toda su familia para siempre, Pablo Lucena cuenta cómo pudo sobreponerse a esa tragedia y nunca dejar de superarse.

por Vanesa Fresno

Parece que fue ayer, pero no. Diez años pasaron desde ese 10 de abril de 2011 cuando, volviendo de Wacros, un conocido boliche de Las Rosas, Pablo y sus tres amigos que viajaban en el auto que él manejaba, protagonizaron un accidente a la altura de Cañada de Gómez que lo dejó a él y a otro de los chicos con daños permanentes y a los dos restantes con heridas menores.

“Me quedé dormido manejando y después tengo flashes de mi amigo diciéndome que me estaba confundiendo de camino y dando el volantazo”, recuerda; y sigue: “En un momento estábamos los cuatro durmiendo”. Cuando alguien empieza a contarte el hecho más traumático de su vida con un chiste, sabes que es una entrevista que va a valer la pena. Y así transcurre todo el encuentro.

En el vuelco, Pablo, que por ese entonces tenía 22 años, tuvo una lesión medular que lo dejó parapléjico, esto quiere decir que desde sus brazos para abajo quedó inmovilizado. También le afectó la movilidad de las manos. Durante cuatro meses estuvo en terapia intensiva en el Hospital Centenario y luego otros diez meses internado en ILAR, un centro de rehabilitación, hasta que pudo volver a su casa.

“Fue un antes y un después en la vida de todos nosotros, tuvimos que adaptar íntegramente nuestra casa, hacer rampas, hacer otro baño, la casa era un hospital los primeros meses, con todos los profesionales que venían a asistirlo”, dice Mónica, la mamá de Pablo, que puso cuerpo y alma desde el primer momento y asumió todos los roles: enfermera, acompañante terapéutica, kinesióloga, psicóloga, chófer y por supuesto madraza. 

Sin el apoyo de mi familia, jamás podría haber salido adelante. Estoy seguro que esto nos unió mucho más” y aunque relata todo con la voz firme y no escatima en bromas o miradas cómplices, admite que tuvo varias crisis “no voy a decir que no lloré mil veces o no me enojé o no insulté, pero nada de lo que haga va a cambiar la realidad, entonces prefiero enfocarme en todo lo bueno que tengo y que pude hacer”, reflexiona él.

“Cuando la persona a la que tenés que ayudar o asistir le pone tanta buena voluntad y garra es más fácil”, agrega Moni, que también es mamá de Alejandro y Mariana, que en 2011 tenía 16 años y hoy es médica: “Sin dudas mi hermana terminó de definir su vocación por todo lo que vivió conmigo, por cómo tuvo que crecer de golpe”, asegura Pablo.

Regresar a casa con una vida diferente:

Cuando Pablo ya estuvo instalado en su casa comenzó una vida nueva, diferente a la que había vivido previamente: la silla de ruedas, el vehículo nuevo y adaptado que tuvieron que comprar, el certificado de discapacidad, las terapias permanentes. Mónica aprendió a manejar para poder trasladarlo. “En 2014 compramos la chata y aprendí a manejar a la fuerza para no depender de nadie”, recuerda.

Y durante todos estos años se dedicó a sumar logros y alcanzar metas: “Estoy seguro que muchas cosas de no haber sido por el accidente, no las habría hecho. Como por ejemplo rendir las materias que me quedaban y terminar el secundario, ir y valorar las vacaciones en familia, antes prefería quedarme en casa solo”, dice.

En 2014 Pablo ingresó a trabajar en la Municipalidad en el área de Obras Particulares “en la misma área que trabajaba ya mi mamá, literal que estamos 24/7 juntos, ya algunos nos cargan por nuestro vínculo”, confiesa de manera graciosa. 

No conforme con eso, hizo un curso para aprender a usar AutoCAD y por la tarde realiza trabajos para algunos profesionales de la ciudad. 

Recientemente, el funense adquirió su segunda bicicleta adaptada. “Esta es mucho mejor y más profesional que la primera que tuve, la idea es siempre ir mejorando y avanzando. Me acuerdo hace muchos años vi en CQC un jugador de rugby que la tenía, él se había lastimado en un partido donde paradójicamente recaudaban fondos para personas cuadripléjicas y desde entonces quería tener una, después lo vi y charlé con Eugenio que también tiene una y me decidí a comprarme una”, dice.

A su vez, a la primera bici adaptada que tuvo Pablo se la compró un chico con el que comparten rehabilitación y se entusiasmó al verlo llegar a la clínica en más de una ocasión con la bici adaptada. Desde el inicio de la pandemia su bici fue un gran instrumento para las sesiones de terapia.

Sobre sus “paseos”, comenta: “Salgo muchas veces con mi kinesiólogo, en vez de hacer las sesiones en el consultorio, salimos a andar. Al principio me cansaba muchísimo y ahora vamos y volvemos hasta el barrio Aldea sin parar prácticamente”.

Otro de los deportes por los que pasó fue natación y equino terapia, pero algunas mañas no se pierden y como él “siempre fue medio vago”, no prosperó en la práctica de ninguno de los dos, aunque “no descarta volver en algún momento”.

Sin dudas uno de los hitos de su vida fue cuando en 2015 se animó a cumplir uno de sus sueños y tirarse en paracaídas en Alvear. “Fui con mi familia, saltó mi hermana también y un compañero de trabajo, fue una experiencia increíble poder hacerlo”, recuerda.

Vivimos en la incertidumbre de no saber cuándo o cómo puede cambiar tu vida de un momento para otro, pero hay personas, como Pablo y su familia, que sin dudas demuestran que lo importante no es lo que te pasa, sino lo que haces con eso. Y que, en lugar de compadecerse de sí mismos, desarrollan capacidades emocionales para sobreponerse y ser fuente de inspiración y fortaleza para muchos otros.

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