Domingo, 22 de Diciembre 2024
Viernes, 13 de Noviembre del 2020

El león herbívoro que cura sus heridas y amenaza con volver

Perdió la reelección y se inmoló para llegar al final de su mandato. Entregó el poder y se recluyó a curar sus heridas. Hizo autocrítica y dice que está alejado y tranquilo, pero reactivó contactos.

por Vanesa Fresno/Infofunes

Herido y a los tumbos. Así llegó Diego León Barreto al final de su mandato como intendente. Víctima del síndrome del pato rengo, su poder se vio disminuido con el cuarto lugar en las PASO del 2019 y recibió un golpe de gracia al no lograr la reelección. A partir de allí, concentró sus esfuerzos en cumplir el objetivo de llegar al final del mandato al frente de una Municipalidad económicamente quebrada. El día en el que se cumplía esa meta, se prestó a la ceremonia de su sucesor, rival y amigo Roly Santacroce, le entregó el mando de la ciudad y se fue a su casa a iniciar un alejamiento de la vida pública que continúa hasta hoy.


El día que dejó de ser intendente de Funes, León Barreto le puso pausa a una carrera en la política que llevaba casi quince años. Empezó a mediados de la década pasada, cuando Mauricio Macri llegó a Santa Fe en búsqueda de jóvenes emprendedores que lo ayuden a armar la pata santafesina de un partido nacional que recién nacía, el PRO. En ese entonces, León Barreto tenía un puesto jerárquico en una droguería veterinaria. Nacido en barrio Belgrano de Rosario, su destino terminó alejado de su primer sueño: llegó a golpear las puertas de la primera de Rosario Central, probó suerte en la pensión de Racing de Avellaneda y tuvo un último intento en Newell´s, del cual desistió ya sin energías. Si bien luego desarrolló una faceta empresarial y política, el fútbol siempre le sirvió para apuntalar relaciones: se recuerdan sus picados en plena campaña electoral con Miguel Del Sel e incluso, siendo ya intendente, jugó para Funes en las olimpíadas santafesinas de empleados municipales, organizadas por la Federación de Sindicatos de Trabajadores Municipales de Santa Fe. De modales refinados a la hora de hacer política, siempre preocupado por mantener las formas y mostrarse abierto al diálogo, en esos eventos informales era en donde mejor se desenvolvía.


Su historia puede ser usada como caso testigo de la historia del partido al que pertenece, ya que ambos tuvieron un ascenso vertiginoso plagado de heridos, internas y una capacidad de leer momentos y aprovechar oportunidades envidiable. En 2009 encabezó la primera lista de la historia del PRO en Funes, acompañado por su amigo Leonel Scarano y hasta por su (en ese entonces) suegra. Esa experiencia le representó casi mil votos y fue el primer paso para hacerse un nombre en la ciudad y en la estructura partidaria provincial. Ese nombre se afianzó en 2011, cuando hizo una alianza con Luis Dolce para darle una pata nacida y criada en Funes al espacio. Dolce intendente, León Barreto concejal fue la fórmula que logró resultados esperanzadores: casi diez puntos para Dolce y quince para León Barreto, que quedó a escasos quinientos votos de lograr una banca. Sin embargo, allí también comenzaron los problemas, los heridos, las internas y los rivales. El primero fue Luis Dolce, quien disentía con la forma de trabajo y sospechaba que no lo habían apoyado a fondo en los comicios, por lo que avisó que quería internas. La amenaza fue desactivada por los altos mandos partidarios, que ordenaron unidad para 2013. En consecuencia, los enemigos íntimos compartieron lista con DLB a la cabeza, que a la postre se convirtió en el primer concejal PRO de la historia de la ciudad. En esa campaña comenzó a destacarse un joven funense que se había acercado al PRO en el centro de estudiantes de la UCA y que ocupaba el quinto lugar de la lista: Carlos Olmedo.


Paralelamente a la situación en Funes, León Barreto también se ganaba broncas a nivel provincial. En su rol de tesorero del PRO santafesino era el encargado de recibir las listas en la mesa partidaria junto a su amigo Ezequiel Fernández de Salvi. En virtud de un acuerdo con un sector del peronismo, tenían orden de recibir solo una nómina de postulantes a concejales de Rosario. Pero el día del cierre, apareció otra lista buscando internas, encabezada por Anita Martinez e impulsada por el entonces diputado provincial Federico Angelini. León Barreto cumplió con la orden y se negó a inscribirla. Se mantuvo en su postura ante la insistencia del diputado provincial hasta que le bajaron la contraorden de recibir la lista. El resto es historia conocida: Martinez ganó la interna y consiguió una banca en el Concejo rosarino, Angelini se anotó una victoria como armador y su relación con León Barreto quedó resquebrajada.


Mientras decía presente en el Concejo Municipal pero sin destacarse, los enemigos que se había ganado en su ascenso le empezaron a cobrar las facturas: en el acuerdo provincial entre la UCR y el PRO para las elecciones de 2015 se incluyó la candidatura de Mónica Tomei a la reelección junto a Luis Dolce como candidato a concejal. Su enfrentamiento con Angelini, su falta de necesidad de ir por una reelección y, según dicen algunos, su verdadero deseo por obtener una banca en la lista de candidatos a diputados provinciales, hicieron que León Barreto quede afuera. De hecho, se enteró del anuncio mientras estaba de vacaciones y volvió apurado por instalar su nombre como candidato para tener una prenda de negociación con el tomeicismo. “Nos ofrecían como seis secretarías, treinta contratos, un montón de cosas”, recuerda alguien que vio desde adentro como las tratativas no llegaban a buen puerto porque, sin nada que perder, decidieron ir por todo. Acompañado por Carlos Olmedo como candidato a concejal, en contra de las directivas partidarias, se subió a la ola amarilla y al voto castigo a los oficialismos nacional y municipal y, casi sin proponérselo, llegó a ser intendente de Funes.  


Una vez que llegó, sus viejas rivalidades se transformaron en sus principales problemas de gestión. Luis Dolce lo reemplazó en el Concejo e hizo más oposición que los ediles de los demás espacios, diciendo cosas como que “desde sus camionetas ven a Funes mejor de lo que está” o rechazando la oferta pública de ser candidato del oficialismo en las elecciones de medio término. Federico Angelini se transformó en el presidente del PRO santafesino, en su principal conductor y casi en un representante del poder ejecutivo nacional en Santa Fe, por lo que tener una fría relación con él por el episodio de 2013 y la desautorización de 2015 no fue lo mejor para su administración. Además, le entraron balas como la acusación a sus funcionarios de haber cobrado doble aguinaldo (que atribuye a una operación de la oposición y algunos empleados infieles), la condena que lo inhabilitó a ejercer cargos públicos por malversación de fondos siendo tesorero partidario en 2012 o la pésima prestación de servicios básicos como la recolección de basura o el desmalezamiento.


Hoy, a casi un año de haber dejado el sillón principal de la Municipalidad, dicen en su entorno que está abocado a la reconstrucción de su vida familiar y de su actividad empresarial. Cuentan que durante la pandemia tuvo tiempo de hacer una autocrítica donde asumió culpas por su mala gestión al frente de la ciudad, pero también las repartió. Reconoció haber descuidado la administración durante los primeros años a causa de problemas personales, haber sostenido funcionarios cuyo rendimiento no merecía ser respaldado y no haber hecho un recambio de gabinete profundo después de ganar las elecciones de medio término. Sin embargo, también le facturó a miembros de su gabinete poca capacidad de gestión, a opositores poner permanentes palos en la rueda y a su propio espacio político el casi nulo acompañamiento económico desde el estado nacional, con la obra de Av. Illia como ejemplo: “podés hacer una gestión maravillosa pero sin guita fracasas igual”, dicen que resumió. Del lado positivo, defendió no haber hecho un recorte salvaje al comenzar la gestión (“en una ciudad sin campo ni industria es hacer un desastre”), resaltó áreas que cree que hicieron un trabajo valorable durante sus años, como Acción Social, Planeamiento, Cultura o Educación, señaló que al llegar al gobierno Funes solo tenía un proyecto de obra pública presentado y cuando se fue dejó más de veinte y destacó que la mayoría de las obras que se hacen hoy en la ciudad son gracias a reservas fiscales por emprendimientos que se aprobaron durante su gestión. 


Una palabra a la que vuelve una y otra vez León Barreto es “ingratitud”. Cree que muchos ex funcionarios de su gestión que no tuvieron un buen rendimiento y que él igual respaldó fueron los primeros en darle la espalda y criticarlo descarnadamente con la inmoderable fe de los conversos. No lo asocia a los ingratos, pero no es condescendiente con su coequiper en las elecciones de 2015 y 2019, Carlos Olmedo: no entiende por qué actúa como un “peronista kirchnerista” y no cree que se postule a intendente porque “sería un excelente secretario de gobierno, pero no es lo mismo que ser intendente”. Ambos lados confirman que desde enero que no hablan y recrudecen una interna que ya se calentó cuando el entonces intendente se fue de vacaciones después de perder las elecciones y dejó a Olmedo al frente del descalabro económico y financiero municipal, pero que ya había tenido escenas de desconfianza increíbles: cuando a principios de 2019 fueron juntos a Santa Fe a presentar la lista para las elecciones, Olmedo llevó preparada una propia con él de candidato a intendente acompañado por una nómina de candidatos a concejales, temeroso de una movida interna de último momento orquestada por el barretismo que lo deje afuera. 


No está encima del día a día de la ciudad, dicen quienes lo acompañan, pero está al tanto de los trazos gruesos de una gestión peronista a la que cree que le toleran cosas que a él no le hubiesen tolerado. “Si yo entregaba concesiones sin licitación, me asesinaban”, se le escucha decir como ejemplo, apuntando a los concejales. En su foto de perfil de WhatsApp se lo ve con el pelo revuelto y la barba crecida, un aspecto mucho más relajado que el que llevó durante sus cuatro años como intendente, de estricto saco, pelo corto y sin barba. Cuando le preguntan cómo está, contesta “alejado, pero de la política uno nunca se va”. Es cierto: intensificó sus contactos con ex funcionarios e incluso tuvo al menos dos charlas en el último mes con la concejala Ana Martelli, a quien quiere apoyar para que renueve su banca el año que viene y hasta postula como candidata a intendente. Salvo que los contactos sean para otra cosa y un ex intendente reaparezca para buscar la revancha. Salvo que el León deje de ser herbívoro.

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