Viernes, 19 de Abril 2024
Sábado, 04 de Febrero del 2023

El día en que Fito Paez cayó preso a la comisaría de Funes

Su libro de memorias, Infancia y juventud, cuenta innumerables historias de su propia vida, y entre cientos de historias alucinantes una de ellas sucede en Funes.

“El final de la infancia pudo haber sido marcado por este episodio. Los sábados después del mediodía un grupo de amigos de la escuela habíamos decidido abordar una auténtica aventura. Teníamos doce años. Íbamos hasta la estación de trenes de Rosario Norte (…) Entonces esperábamos sobre las tres de la tarde a que el tren arrancara para el aeropuerto. La aventura consistía en subirse al tren en movimiento sin que nos viera nadie y, durante el tramo hasta el aeropuerto, escondernos en los baños repartidos en las puertas de cada vagón”.

Así arranca la anécdota con final no del todo feliz que Fito Páez narra en Infancia y juventud (Planeta), su libro autobiográfico de aparición reciente, en donde tal como lo adelanta el título, Fito bucea en innumerables historias de su propia vida. Y entre cientos de historias alucinantes una de ellas sucede en Funes, allá por el año 1975, muy cerquita del inicio de la última dictadura.

“El mayor riesgo era andar suelto por los vagones escapando del guarda. Pura adrenalina. Teníamos una marca que era un cruce de caminos, que avistábamos por la ventanilla del baño o asomándonos a alguna escalerilla del tren. Estuviésemos donde estuviésemos los mosqueteros sabíamos que en ese cruce había que saltar del tren” sigue Fito.

Esa era el último momento para saltar del tren antes de que agarra velocidad. Era “ahora o nunca”. Saltábamos como malhechores en busca de la libertad, habiendo sorteado el preligro de ser descubiertos. Caíamos a la cuneta de al lado de las vías y nos cerciorábamos de que todos los integrantes de la comitiva estuvieran sanos y salvos, mientras el tren seguía su rumbo”.

Allí era donde la banda de pibes empezaba a merodear las inmediaciones del aeropuerto, un paisaje que no era más que campo, sin viviendas a la redonda. Por ahí había una garita de control que siempre estaba vacía. Uno de los pasatiempos de la banda era abollarla a cascotazos limpios. Más tarde, se trepaban de canuto al tren rumbo a Rosario y emprendían el regreso.

Esa era una rutina de cada viernes, siempre se repetía mas o menos igual hasta que un día dejó de ser así. Esa tarde rompieron a piedrazos los vidrios de la garita, “lo único que quedaba por romper”. “De pronto sentimos un frenazo a nuestras espaldas. Era un Falcon verde. Dos hombres de civil se bajaron del auto con cara de pocos amigos. Llamaron por walkie talkie a un patrullero. Esperamos sudando frío. Cuando llegó el patrullero nos llevaron a la comisaría de Funes”, cuenta. La comisaría a la que hace referencia Fito es la misma de siempre, ubicada sobre calle Pedro Ríos, frente al galpón municipal.

Nos interrogaron uno por uno y tomaron nuestros datos. Estábamos muy asustados. (…) La alegría de la aventura se había transformado en terror absoluto. Nos tuvieron incomunicados en una habitación pequeña hasta la medianoche, sin dejarnos hacer un llamado telefónico a nuestras familias y sin permitirnos hablar entre nosotros. Pasada la medianoche comenzaron a llegar los padres”, sigue el relato.

La historia termina así: “Yo quedé último. De pronto, desde la habitación donde nos tenían encerrados, escuché la voz firme de mi padre entrando a la comisaría: <<¿Dónde está ese delincuente?>>. Después de aquel episodio estuve dos meses sin salir de mi casa, salvo para ir a la escuela”.



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