Carmen De Gottardi y el viejo Cochet (un nuevo retrato)
En esta nota, la protagonista es Carmen de Gottardi, una vecina y amiga de la familia Cochet, que fue pintada junto a su perra, allá por 1969, cuando era niña.
En la edición impresa 232 revivimos los detalles de una maravillosa historia de cuando el artista Gustavo Cochet retrató a una conocida vecina de Funes, Débora Edreira. El origen de esa nota se remontó a una foto del cuadro que Débora compartió en sus redes sociales. A partir de ahí indagamos con los protagonistas para sacarle todo el jugo posible a la historia.
Pero las cosas empiezan y uno no sabe cuando se terminan. La publicación de la nota tocó lindos recuerdos en muchos funenses. Así fueron apareciendo testimonios de personas que también tuvieron el honor se de ser inmortalizadas por las pinceladas sin apuro del gran artista, y que se mostraron dispuestas a contar sus recuerdos.
Así, lo que era una nota aislada se convierte en una saga de notas, en colaboración con el Museo Cochet, en donde iremos tratando de relevar los retratos que Cochet fue pintando, y en donde aparecen retratados distintos vecinos de Funes que posaron para él.
En esta nota, la protagonista es Carmen de Gottardi, una vecina y amiga de la familia Cochet, que fue pintada junto a su perra, allá por 1969, cuando era niña. Hablamos con ella, y fueron tantos los detalles que emergieron de su robusta memoria, que decidimos que la mejor forma de que se luzcan sus recuerdos era haciendo que el periodista desaparezca, dejando hablar a la entrevistada, respetando su voz y su tono; una técnica narrativa conocida como “historia de vida”. ¡Que la disfruten!
En 1969, yo tenía 12 años y Don Gustavo cumplía los 50 años como pintor. Entonces Cochet armó una muestra en la galería Renom de Rosario. Algunos cuadros Don Gustavo ya los tenía pintados y otros los fue pintando para esa exposición, que fue en agosto. Era una galería muy importante en Rosario, en Córdoba entre San Martín y Maipú.
El era amigo de mi familia, con mi papá se habían conocido en Rosario antes de que Don Gustavo se venga a vivir a Funes. Y bueno, la habló a mi mamá y a mi nona para ver si yo podía ir a posar.
Nosotros siempre tuvimos muchísimos frutales y el siempre venía a buscar frutas que le ofrecían en casa para que venga a elegir, las que después pintaba en sus naturalezas muertas, que eran una belleza, parecía que las frutas estuvieran ahí vivas. En casa todavía conservamos el árbol de granada que el venía a pintar… extendía sus brazos eligiendo las frutas que le convenían, por el color, el tono… Ese árbol lo plantó mi papá hace como 70 años.
Como yo estaba siempre con mi perrita, me pintó con ella también, se llamaba Violeta. Me acompañaba siempre a posar mi hermano mayor, Antonio. Él se paraba atrás de Don Gustavo y hacía unos ruidos con los dedos, entonces la perrita levantaba las orejas, prestando atención, viendo de dónde venía el ruido, y se quedaba unos segundos quieta; y así podía también pintarla, que la verdad que estaba igual. La perra se quedaba tranquila cuando yo la tenía upa. Y después, cuando me pintaba a mí en detalle, no la tenía en brazos. Mientras estuviera en brazos ella se quedaba quietita.
Siempre teníamos que ir a la misma hora, a las dos y media de la tarde, por la entrada de luz natural, por ese gran ventanal que tiene el atelier. Y si era un día nublado o lluvioso ese día no se posaba. Habrán sido unas diez sesiones, era una o dos veces por semana, según si necesitaba hacer más detalles sobre el retrato en sí, porque después lo otro el lo iba completando: el detalle del banquito, la vestimenta y eso. Las sesiones serían más o menos de 40 minutos, con ese descanso de diez minutos en el medio.
Hablaba poco con él porque era silencio total cuando pintaba, yo no podía hablar porque tenía que posar. Por ahí hacía un descanso de diez minutos y venía Francisca, la esposa, y le traía un cafecito a mi hermano y a mí unas galletitas. Y después seguía con la pintura. El cuadro él lo tituló La niña y el perrito, aunque era una perrita.
Significa mucho porque me trae recuerdos de mi niñez, todos esos momentos vividos; era una cosa rara, porque en sí era un oficio raro. No era que había un pintor por manzana, era el único, o sea que era su oficio, su trabajo.
Y él tenía mucha paciencia y trasmitía mucha paz, si bien tenía su carácter… porque por ahí en otros momentos si hacían ruido los chicos del barrio se enojaba un poco. Eso recuerdan siempre sobre todo los varones, cuando jugaban a la pelota y hacían ruido; porque él tenía sus horarios: a la mañana pintaba determinadas cosas, y a la tarde, por la luz, cuando tenía que hacer algo en detalle.
El cuadro estuvo expuesto quince días en la galería Renom. Nosotros fuimos con mi familia el día de la inauguración, y después, a la semana siguiente, fue uno de mis hermanos y vio que mi retrato decía “reservado” como cuando hay algún interesado en comprarlo. Y resulta que era Gustavo que ponía eso para no venderlo. Después, cuando cumplí los 15, dos años y medio después, me lo regaló. Fue una emoción muy grande.
Primero estuvo en la casa de mis padres y después ya en mi casa. Ahora está en el museo porque lo presté para una exposición de retratos que hubo hace un tiempo y quedó ahí.
El atelier estuvo muchos años cerrado, después de que falleció la nuera de Don Gustavo, Zulema. Y como su nieta Silvia vivía en esa época en el sur, la casa quedó cerrada y entonces Silvia nos llamó al grupo de vecinos y amigos de Barrio Florida, para organizar una comisión para poder realizar la obra del salón para muestras, lo que hoy sería la entrada del Museo, y conectarlo con el atelier a su vez.
Entrar ahí después de muchos años fue impresionante porque estaba el olor… parecía que iba a aparecer él ahí, porque estaba todo intacto, todo igual, todos los cuadros en la pared, todo, todo igual. Y hasta el olor, que era una mezcla de tabaco -el fumaba pipa- con óleos, con pintura… Impresionante lo que significó entrar ahí después de mucho tiempo.
Formé parte de la comisión varios años para realizar las obras del Museo, a pulmón, con la ayuda y colaboración de toda la gente de barrio, de Funes, de conocidos de él, de exalumnos de Rosario. Hubo mucha colaboración para poder lograr esa sala de exposiciones.
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