Migrar hoy: con H de hartazgo, con H de hambre
<p>Una familia venezolana llegó a Funes donde el amor, azaroso, les marcó un destino impensado.</p>
Sofía va a cumplir 70 años y aparenta muchos menos; sonríe como un bebé que descubre el mundo. Llegó hace siete meses a Funes desde Valencia, la tercera ciudad más grande de Venezuela. Dejó todo lo que fue su vida, vendió su casa y su “carro”: con ese dinero sólo pudo comprar dos pasajes, el suyo y el de su hijo. Era la primera vez que volaba. Pesaba 36 kilos.
Se vino con lo puesto. “No mejoraba la situación allá, y bueno, lo que quedaba era salir”, explica con cierta nostalgia pero con una alegría que se le nota en la piel. Valencia es -o fue- la capital industrial de Venezuela. “Es donde están las fábricas, es donde estaban”, se corrige.
“A mí me costó salir, dejar mi casa de toda la vida que construimos bloque por bloque. Dejamos todo, y salimos como corcho de botella. Porque cada día que tú te levantabas y abrías los ojos decías qué voy a hacer hoy. Salía a la calle y lo que estaba el día anterior ya no estaba. Todo se desapareció”. Pasó hambre, vivió saqueos, vio cómo lentamente todo dejaba de ser lo que era, tuvo “mucho miedo” de enfermarse porque sabía que si eso pasaba no había chances.
En Venezuela, más allá de cualquier análisis político o económico que pueda intentar dar explicaciones, lo que cuentan quienes se van es que las cosas, los sistemas dejaron de funcionar. No hay transporte, no hay medicinas, no hay universidades o están vacías. En el último tiempo esta realidad recrudeció y el éxodo venezolano se convirtió en el mayor movimiento migratorio de la historia de América Latina. Ya son millones, se habla de más de un 10 por ciento de la población. Engrosan esa lista Sofía González y sus hijos, Liaska y Frabian.
Por qué Funes
Un año antes, el 6 de julio del 2017, su hija Liaska llegó a la ciudad sin pensar en migrar. Había conocido por Whatsapp a Cristian, un funense de quien se enamoró y al que vino a conocer personalmente “solo por unos meses”. Un poco el amor y otro poco la crisis venezolana decidieron su suerte. Unos meses después todo se precipitaba, pero logró poner en marcha un plan impensado: traer al resto de su familia.
Cristian había alojado a otra migrante venezolana mediante “couchsurfing”. Ella, que llegó a Argentina luego de 17 días de viaje en colectivo, le dijo a su amiga Liaska que el funense que le había tendido una mano acá, era “el hombre ideal para ella”. Tuvo que insistir bastante para que le hiciera caso, pero no se equivocó. Esa historia de amor fue la semilla de otra mucho mayor que habla de fraternidad y solidaridad. “Vinimos por amor y recibimos más amor”, sintetiza Sofía y le sonríen los ojos, dos bolitas húmedas y achinadas. Fue mucha la gente en la nueva ciudad que les abrió puertas y ofreció su ayuda, ropa, alimento, trabajo, hasta golosinas. Cuenta que se le hacía agua la boca al ver golosinas.
Luego de unos primeros días de “mucho miedo a salir”, su hija la convenció de iniciar un curso de peluquería en Punto Digital. Al poco tiempo estaba trabajando en una peluquería local como manicura. El cambio de vida fue algo impensado. En Venezuela ella era una ama de casa que había enviudado, pero la realidad no le dio tiempo de pensarse como jubilada. Los pocos vecinos que quedaban en su zona le decían que estaba loca por pensar en irse, que migrar es para jóvenes. “Yo quisiera que la humanidad y el pueblo entendiera que no importa ni el tamaño ni la edad ni nada, sino lo que tu sientes. Tú decides que vas a hacer eso y rompes todas las barreras”.
Pensar en casa
Entre madre e hija cuentan cómo fue vivir el terrible momento de crisis económica que atraviesa su país. “Fue muy paulatino. Fue gradual, no te das cuenta. Incluso estando allá, si no comparas con otro país tal vez no te das cuenta. Sientes la crisis, tu sabes que no es el mismo país que era, pero hasta que no lo ves de afuera no caes”, explica Liaska y Sofía le pone imágenes: “Es algo así como la malaria, que se propagó por todos los rincones: agarró hospitales, casas, todo. Yo misma me cansé de “echarme coco” (y hace un gesto como quien se rompe la cabeza pensando) para entender algo de lo que estaba pasando”.
Es que lo que estaba pasando era impensado. “Salía a la calle e iba a un mercado que estaba clausurado porque la gente lo saqueó y se llevaban todo. Es la necesidad”. Un tiempo antes de irse, llegó a oídos de un funcionario local la extrema delgadez de la señora: “Me mandaron a llamar, me pesaron y todo. Me dijeron que me iban a dar una bolsa de comida más de la que me daban, pero eso igual era cada tres meses, era muy poquito y no era comida que alimentaba”. “No la reconocí”, agrega su hija cuando cuenta sobre el día en que se reencontraron.
Extrañan, sí. Pero dicen que no piensan en volver, que ya no queda nada de lo que era. “Por donde yo vivía, cuando me fui, quedaba solamente yo y otra familia más”, asegura Sofía, que siente que tiene “un año de nacida”, que este lugar la hizo sentir así “por dentro y por fuera”. Su hija dice que su país “es hermoso”, que su gente también, pero siente a Funes como un cuento mágico. Su nuevo hogar en garita 15 bis es “como la casa del bosque en la que siempre soñé vivir”.
Frabian también se adaptó rápido a la nueva ciudad. Al principio empezó a “matar tigritos”, o hacer changas, y hoy consiguió un trabajo estable en un comercio. Es licenciado en contaduría, pero atiende al público con una sonrisa en uno de los nuevos locales de Ruta 9. Liaska por su parte, que en su anterior vida era técnica química, fotógrafa, trabajaba como administrativa en una universidad y había construido su casa propia, puso todo su conocimiento y pasión por la naturaleza en Huella Ecológica, donde comenzó a participar activamente desde que llegó.
“Algo que fuimos perdiendo allá fue el participar. La participación, desde lo que te guste, es muy importante. Yo noto que acá o en Rosario se hacen bastantes actividades y hay poca participación; y eso daña a una sociedad”, alerta. “Cuando participas desde lo que te gusta, aportas. Es una buena forma de no dejarle todo al “papá gobierno” o al “papá privado”. Es un engranaje de todo, y que cada uno asuma su rol importa mucho”.
“A mí me gusta todo lo que es la conservación y es una de las cosas que quisiera hacer aquí. Conservar el Jardín de la Provincia que es muy bonito. En Argentina tienen unos lugares bellísimos y Funes es uno de esos lugares, tanto por la gente como por lo bonito que es; y a veces siento que no se valora”, cierra la nueva funense.
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