Dos certezas, el escándalo y la indignación
<p>El Ejecutivo protagonizó una nueva ráfaga de hechos escandalosos mientras la ciudadanía flota en la indignación virtual como única forma de manifestación.</p>
Independientemente de la opinión, en Funes suceden hechos políticos inauditos, tanto por la frecuencia como por su densidad. Repasemos los últimos: 1) duplicación de la deuda a los proveedores municipales –de 11 millones a fines del 2015, a casi 22 millones a fines del 2016; 2) Contratación de servicios a una empresa que se creó en mayo de este año y que le emitió en junio de este año la segunda factura de su historia a la Municipalidad; 3) Rechazo reciente al planteo de proscripción presentado por León Barreto en la causa que lo involucra en presuntas irregularidades en el financiamiento de la campaña electoral del año 2012, cuando era tesorero del PRO provincial.
Frente a estos tres incidentes de trascendencia pública y gravedad institucional, sumados a los sucesos no menores que se vienen cometiendo con anterioridad, y que también se reflejaron en estas páginas, ¿cuál es la reacción habitual de la opinión pública local frente a la simultaneidad de escándalos? La indignación, sin más.
Flota en el aire un clima de indignación generalizado, donde el canal de expresión predilecto para manifestarlo pasa por la virtualidad de Facebook. Esa virtualidad atrapó al funense en una protesta estéril y cómoda de la que no puede ni intenta salir.
La protesta digital, que altera y exaspera a la política si cuantitativa y cualitativamente tiene cierta repercusión -entiéndase comentarios, compartidos, enojos, tristeza-, con el correr de los días se va apaciguando hasta que renace un nuevo noti-escándalo. La secuencia sería más o menos así: trasciende un hecho “irregular”, el Municipio lo niega o se silencia, la opinión pública reacciona espasmódicamente en las redes y en las conversaciones, descreyendo del Municipio e indignándose. El fenómeno se va apagando hasta que surge uno nuevo y así sucesivamente. Una vorágine dialéctica de escándalos, espasmos y espanto.
Como consecuencia, debido a la frecuencia con la que suceden, se produce una naturalización del escándalo, profundizando la indignación e imposibilitándole al funense transformar ese sentimiento en algo distinto. A su vez, la naturalización le permite al Ejecutivo continuar en su incorregible camino de inexactitudes, desaciertos y penumbra.
A esa indignación también se suman los actores políticos opositores que, en el mejor de los casos, hacen públicas las desprolijidades, o expresan repudio, pero el aire está tan viciado que cada vez alcanza menos con ese proceder.
Estos comportamientos virtuales y sociales no son exclusivos de Funes. Lo que sí es exclusivo es la complejidad sociológica y demográfica de la ciudad y el sospechosamente equívoco gobierno municipal, componentes que permiten arriesgar algunas consideraciones estrictamente locales.
El filósofo surcoreano Byung-Chul Han en su libro El Engranaje habla de la ira como medio heroico por excelencia de la acción, es decir, produce determinadas acciones. Y en esto se distingue del enfado como efecto de las olas de indignación. La indignación digital no puede cantarse, no es capaz de acción ni de narración. Más bien, es un estado afectivo que no desarrolla ninguna fuerza poderosa de acción. La distracción general, que caracteriza a la sociedad de hoy, no permite que aflore la energía épica de la ira y no se interrumpa un estado existente impidiendo que comience un estado nuevo. La actual multitud indignada es muy fugaz y dispersa. Le falta gravitación, tan necesaria para acciones. No engendra ningún futuro.
La combinación de apatía ciudadana por lo público-político y el desinterés municipal por lo público-ciudadano no hacen más que reflejar el estado actual de la ciudad, dueña de un encanto genuino que retrocede día a día.
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