El ciudadano anónimo que forjó la ciudad
Antonio Azurmendi es un emblema, le dedicó su vida a los pilares de la ciudad. Diseñó el Monumento de la plaza San José y participó de la fundación de Funescoop.
"La historia no solamente la hacen los grandes sino que, tal vez, los verdaderos protagonistas son millones de hombres y mujeres anónimos que, con su esfuerzo, su trabajo, su abnegación y su responsabilidad constituyen el cimiento y el impulso determinante de los procesos sociales”. Las palabras son del ex legislador del Partido Demócrata Progresista, Horacio Thedy. Pasaron a la historia cuando el político impulsó la construcción del Monumento al Ciudadano Anónimo en la plaza de su pueblo de residencia: Funes.
Antonio Azurmendi fue el ingeniero que diseñó el Monumento ideado por Thedy que hoy se yergue en el centro de la Plaza San José. Fue uno de los tantos ciudadanos anónimos que nacieron en Funes y aprendieron a amar a su pueblo. Fue uno de los tantos que, desde su lugar, colaboró y construyó la identidad funense a partir de instituciones que nacieron gracias al trabajo mancomunado y desinteresado de muchos ciudadanos anónimos.
El ingeniero Azurmendi nació en 1929, “en el medio del campo”, atrás de lo que hoy es el Liceo Aeronáutico Militar. Primero el sulky, acompañado por Pepe y Tota Loina, y luego la bicicleta fueron los que día a día lo llevaron hasta la naciente escuela Fiscal Nº 125 donde hizo la primaria ese inquieto muchacho que se la pasaba dejando a oscuras a su familia para utilizar la energía generada por el wind charguer en cargar la batería de la radio que lo ayudaba a saber “de todo, era muy inquieto”.
Entrada la década del 40 y con su familia trabajando un tambo en Roldán, un tío le hizo lugar en su casa para que curse sus estudios en una escuela de artes y oficios rosarina y luego en la Técnica Nº 4. Sin dudarlo, con su título de técnico mecánico en mano, encaró Ingeniería. Con las primeras materias empezó a trabajar de agrimensor (“había que rebuscársela”) y a los pocos años se recibió de ingeniero civil. Sus viajes en el tren colorado de las 8.11 y en el tranvía 4 se hicieron rutina.
Esos viajes fueron claves para una faceta que lo acompaña hasta el día de hoy: “Mientras viajaba en tren, John Montandon me entusiasmó con el cooperativismo. Y yo tengo espíritu cooperativista, además de que soy medio esotérico, soy acuariano, preocupado en la comunidad”. Su carrera en el cooperativismo lo paseó por diferentes entidades (Cooperativa de Crédito, Banco Independencia) hasta devolverlo a su natal Funes y a participar de la fundación de una institución clave para la historia funense: la Cooperativa Telefónica
“En aquella época había un solo teléfono en Funes, estaba en la Municipalidad. De noche bajaban la palanca y estaba en la comisaría. Había muchachos que trabajaban afuera y querían contactarse con la familia y no había ni la más remota idea de Telecom o Teléfonos del Estado ni nadie que se ocupara de Funes”, recuerda Antonio. “Dijimos `si no se ocupan los otros, nos vamos a ocupar nosotros`. Nos agrupamos y organizamos la cooperativa. Empezamos con 200 teléfonos. Hubo que caminarla, había compromisos firmados, había que pagar. Se vendieron despacito, pero se vendieron”. A partir de allí, la cooperativa creció exponencialmente y Antonio pasó por varios cargos, incluso la presidencia. “Teníamos una virtud: todo el mundo, desde el presidente hasta el último vocal, opinaba. Había un altruismo tremendo. Hoy en día la Cooperativa es un monstruo”, analiza.
Otra de las instituciones funenses de las que Azurmendi participó fue la escuela Nazaret. “Funes solo tenía la escuela primaria 125 y no todo el mundo podía irse a Rosario a seguir sus estudios. Entonces se empezó a agrupar gente y se empezó a trabajar en una escuela parroquial. Hubo que hacer fiestas para comprar la casa, no fue fácil”. Los primeros profesores de ese colegio eran los que lo habían construido e ideado: el Dr. Faust daba Anatomía, “Cachilo” Vesco daba Derecho, Cristina Rivero hacía lo suyo con Química. Azurmendi, en su condición de ingeniero, estuvo 25 años a cargo de Matemáticas. “Tuve más de 700 chicos, donde voy hoy tengo ex alumnos. ¿Quién se va a negar a dar clases? Cuando me recibí decían que un ingeniero le costaba tres o cuatro millones de pesos de aquella época al estado, ¿cómo no devolverlo? Colaboré con gusto, me encantaba la docencia”, añora.
Antonio vió desde su óptica de ingeniero el crecimiento de Funes a la ciudad que es hoy: “Creo que fue Francisco de Quevedo que dijo en el 1500 <>. Vos podés hacer un plan de cómo querés que crezca Funes, pero a los que tienen la tierra y los que lotean no les importa el urbanismo, les importa sacar lotes y plata, y así te despojan del espacio verde que es el pulmón de la ciudad”. Sin embargo, Azurmendi cree que “siempre se está a tiempo” de ordenar el crecimiento, pero que “hace falta voluntad política y tener conocimiento”. Hace falta una camada de ciudadanos anónimos como a los que Thedy se refirió. Ciudadanos anónimos como Antonio.
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