Viernes, 27 de Septiembre 2024
Lunes, 12 de Diciembre del 2016

El sabor de la plaza

<p>Verónica y Mauricio trabajan en la plaza San José, son los responsables de los carritos de pororó, infaltables en cualquier plaza del país.</p>

Vanesa Fresno - InfoFunes

En las plazas no faltan, con un aroma embaucador que se torna irresistible para cualquier distraído. El aroma asalta, envuelve, convence. Atrae todas las miradas a ese pintoresco y prolijo carrito de armatoste rojo, y no hay forma de evitarlo: todos terminamos con una bolsa de pororó en la mano.  

 

En la plaza San José la regla está más firme que nunca. El aroma sale de dos carritos que hace años están en la misma parada, los mismos días: sábados, domingos y feriados. Se los puede encontrar también en festivales y encuentros sociales de la ciudad. Son los carritos de Mauricio y Verónica, quienes día a día cultivan su oficio de pochocleros.

 

La familia de Verónica, los Contarino, empezó con el carrito en el año 1987: “Tuvimos la primer parada en la cancha de pádel de San Telmo, mi papá y mi mamá trabajaban ahí, también estábamos a la salida de los colegios, después en las canchas de San Telmo. A la plaza venimos desde que 1990, más o menos. Ahora lo trabajo yo sola, mis viejos ya están trabajando en otra cosa, y como soy estudiante no tengo mucho tiempo, pero trato de estar sábados, domingos y feriados acá en la plaza”, cuenta quien, paradójicamente, vende azúcar y estudia odontología.

 

“Ocho años hace que estoy en la plaza”, dice Mauricio, el otro pochoclero de la plaza. “También hago todo lo que sea festivales en Funes. Llevo pororó, manzanitas, copos de nieve, chupetines, gaseosas, todo hecho casero. Trabajo todas las semanas, tengo muchos clientes fijos que vienen a buscarme y cuando no me encuentran me retan porque no estoy”, agrega.

 

Los comienzos

Cada uno tuvo su comienzo: “De pibe quise ser pororero, tenía un amigo que tenía un carro en las Cuatro Plazas de Rosario y yo iba y lo acompañaba, y me dije ´algún día me voy a comprar uno yo y lo voy a tener´. Es un sueño de chico”. Verónica, por su parte, recuerda que “tenía un año cuando empezaron con la pochoclera, mi papá era ferroviario y necesitaba otra entrada económica. Empezaron así de a poco y después seguimos creciendo, Funes creció y nos ayudó un poco”.

 

Cada carrito de cada pochoclero es un mundo. Diseños propios dictados por los gustos de cada uno. Con un pequeño recorrido guiado por sus dueños, uno se ve inmerso en un mundo de cajoneras, ollas, maíz, azucar, colorante, y algún secreto. “Lo diseñó mi papá con ayuda de mi tío que es herrero. No teníamos copera pero ahorrando un poco mi papá se la pudo comprar y agregamos copo de nieve”. “Lo dibujé como lo quería, le pedí que a un herrero que arme el armatoste y las chapas las coloqué yo”, cuenta Mauricio.

 

Fines de semana y festivales

Los días que más trabajo tienen los carritos son los domingos, aunque “en los festivales también se vende bien”, como cuenta Mauricio. “Se vende bastante, todo el mundo me halaga la calidad del producto porque todo el mundo me dice que son muy buenos, eso también me pone orgullosa. Sale más en invierno, es más de invierno, y el copo de nieve, si el día es seco, es ideal para comerlo”, cuenta Verónica. “En verano baja porque la gente se queda en la pileta, no viene a la plaza. En invierno se labura un poco más. Ahora está caída la venta, como todo, pero uno la lucha y sigue viviendo de la plaza”, explica Mauricio, abonando a la teoría de Verónica. Un buen día de ventas consume entre “siete u ocho ollas de pororó, es lo que más se vende junto con el copo, he vendido hasta 100 palitos de copo de nieve”, recuerda Mauricio, que acepta revelar que uno de sus secretos más protegidos: “le pongo esencia de coco”.

 

Dibujos y paseos

Pero no es solo pororó y copos de nieves. Ambos pochocleros prestan un servicio que los hace especiales y únicos. Mauricio cuenta con atriles para que los chicos dibujen: “Lo había visto en Buenos Aires y lo traje acá para los chicos. Tuvo éxito, hace casi ocho años que lo tengo, los chicos vienen, pintan, me buscan, me retan cuando no vengo”. Verónica, por su lado, cuenta con una especie de carritos para dos o cuatro personas con un sistema de pedaleo para recorrer la plaza: ”Mis papás vacacionaron en San Bernardo, y allá hay muchos de estos carritos. Mi papá es de hablar mucho, logró el contacto con un muchacho que los fabricaba. Hace diez años que los tenemos ya, tenemos cinco carritos y los incorporamos para que la gente se divierta, para que sea más familiar el ambiente de la plaza”.

 

Tanto Verónica como Mauricio sienten el oficio en su corazón. “Me gusta la plaza en la que estoy, me gusta lo que hago, estar con los chicos. Siento que a la gente le gusta lo que hago y viene, y uno se emociona”, se sincera Mauricio. “Me va a dar mucha lástima el día que tenga que dejar, cuando me reciba lo voy a tener que dejar. Yo estoy muy orgullosa”, dijo Verónica, quien cerró resumiendo en pocas palabras lo que ambos sienten con su oficio: “lo hago con amor”.