Miércoles, 24 de Abril 2024
Lunes, 05 de Septiembre del 2016

El almacén que resiste el paso del tiempo

Ubicado sobre Ruta, el bar de los Zoccari es uno de los pequeños tesoros del viejo Funes. “El día que decline y ya no tenga más ganas o salud, el negocio se va conmigo”, cuenta Elba, su dueña.

por Vanesa Fresno

A pesar del paso del tiempo, del crecimiento y el desarrollo, en todas las ciudades quedan pequeños tesoros del pasado. Rincones que todavía resisten estoicamente el paso del tiempo y son guardianes de los recuerdos. En Funes, un fiel exponente de estas guaridas de resistencia se encuentra sobre la Ruta 9, casi esquina Elorza: el almacén y bar de los Zoccari.

Elba, su actual dueña, cuenta su historia con el orgullo que se le cuela en la voz: “El almacén se fundó el 28 de abril de 1939 en lo que era el almacén de Marcioni. Mi padre resuelve dejar ese lugar porque no había casi casas, era toda una zona agrícola ganadera. Resuelve comprar estos terrenos, edifica y se muda con el negocio en 1946”. Don Rafael Zoccari, junto a su mujer Amelia, atendía el bar, el almacén, iba a comprar la mercadería, arreglaba bicicletas y los vitales sol de noche, soldando con estaño. “Era de esos gringos que se daban maña para todo”.

En el año 1966 don Rafael falleció, y la batuta la tomaron su mujer Amelia Boca y su joven hija Elba. “Aprendí a manejar, mi papá tenía una Apache modelo 60 y llevaba los pedidos a domicilio, con ayuda de don Benicio Cajal. Hasta que mi mamá me dijo de quedarnos con lo que podíamos atender las dos solas. Así seguimos”, recuerda Elba.

Cuando doña Amelia envejeció, ya el almacén quedó en manos de Elba que, si bien lo amoldó a sus tiempos, no dejó que pierda su esencia: “Cambié los equipos de frío pero dejé de adorno esa heladera grande de cuatro puertas de roble para que no pierda la esencia”, cuenta la dueña. “Tengo un molinillo de pimienta de mi abuela, el primer teléfono de la iglesia de Funes, una acordeón verdulera que era del padre de don Victorio Scampoli (debe tener unos 120 años), algunos faroles del ferrocarril”, enumera demostrando que la decoración de su local es primordial.

El almacén sigue en pie, con sus clientes (algunos ya de muchos años) que lo visitan día a día. Pero Elba sabe que “el día que decline y ya no tenga más ganas o salud, el negocio se va conmigo. Mis tres hijos son profesionales, mis nietos muy chiquitos”.

Pero, hasta que decida terminar con el almacén, lo va a disfrutar: “El negocio es mi vida, yo nací con esas estanterías como está ahora. A mí me hace muy bien estar ahí. ¿Qué haría encerrada en mi casa todo el día?”.

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