Miércoles, 15 de Mayo 2024
Viernes, 15 de Julio del 2016

¿Quién no se midió un traje con Luigi Pettofrezza?

<p>Sastre de oficio, este italiano hecho y derecho vino a los 18 años al país y terminó en la ciudad. “De Funes no me iría nunca más", celebra el tano.</p> <p> </p>

Vanesa Fresno - InfoFunes

A simple vista, el acento no se le escucha. Luigi Pettofrezza podría pasar como un argentino más con un nombre un tanto extranjero. Pero cuando se escucha más atentamente, lo azzurro se filtra entre las palabras. Cuando Luigi empieza a contar su historia, gesticulando, caminando de aquí para allá, hablando rápido, no quedan dudas: es un italiano hecho y derecho, pero un poco argentinizado. Sastre de oficio, Luigi vino a los 18 años al país, y terminó en Funes. Esta es su historia.

“Nací en 1946, en la región de Molise, provincia de Campobasso, en el pueblo Morrone del Sannio. Es un pueblo alto, de tierra mala, pobre, poca gente de plata. Mis papás trabajaban en el campo, eran contadinos, campesinos. Teníamos una casita y alrededor de tres hectáreas de tierra. Vivíamos lo más apretados posible”, comienza recordando Luigi sobre su pueblo.

“Ahora, en el pueblo nuestro no quedó nada, ni sastre, ni médico, ni nada. Quedaron 450 personas, y 300 son viejos, el año pasado murieron 9 personas y no hubo ni un nacimiento ¿quién va a ir a la montaña? Tierra colorada, tierra de porquería, estás en desventaja. Es un pueblo muy frío. Pero es una linda zona para turismo, estamos a 35km del Mar Adriático. El tema es que nuestro pueblo no tenía hotel, nada. Era un pueblo chico, pobre”, agrega, mezclando actualidad y pasado.

Allí, en ese pueblito de la montaña italiana, fue donde Luigi conoció el oficio que lo iba a acompañar hasta hoy: “Iba a la escuela en el pueblo, hasta los diez años, sexto grado, y a la tarde empecé a aprender sastrería con un primo hermano mío que también era sastre, Saverio Colasurto. Me puse a trabajar a los 16 años, por mi cuenta. Laburé hasta los 17 en el pueblo. En mi pueblo había 3500 personas y siete sastres. Cuatro eran solo sastre, y los otros tres eran también barberos o peluqueros. Íbamos a la mañana con mi hermano y volvíamos a la noche al campo, a tres kilómetros y medio, caminando, a veces con nieve, con los zapatos agujereados, los pantalones emparchados. Puse mi negocio en el pueblo, pero de los siete sastres era el más joven y por eso nadie me daba laburo, iban a buscar al sastre más grande. Hacía algo, alguna cosa, pero no mucho, así que me fui a trabajar a Roma, donde trabajé casi un año y medio con otro sastre”, cuenta.

Buscando la prosperidad, como tantos otros, y un poco alentado por su juventud, Luigi empezó a mirar con buenos ojos la posibilidad de emigrar: “yo tenía ganas de emigrar a Canadá, por temas económicos, y no tuve posibilidades. Pero a mí me gustó la idea de irme, tenía ganas, la locura de la juventud. Vinieron unos tíos míos de visita desde Argentina y ahí decidí venirme para acá.

Vine en el 1964, en el barco Giulio Cesare, que era mellizo de Augusto. Los dos barcos se cruzaron a mitad de camino, nos avisaron y salimos a cubierta a saludar mientras la orquesta tocaba”, rememora el sastre, haciendo gala de su imbatible memoria. “Vine directo a Rosario, con mis tíos, que me habían hecho todos los trámites para venir acá, así que vine con todos los papeles. Fui a Jefatura, me hicieron la cédula, y empecé a trabajar con un sastre de la calle Córdoba, trabajé casi un año ahí y después entré a trabajar a un negocio que se llamaba Varón Sport”.

¿Y cómo llegó Funes a la vida de este sastre nacido en el sur pobre italiano? “Hace 25 años estoy en Funes. Veníamos con un amigo, que tiene la casa acá. Tuve la oportunidad de comprar una casita y los fines de semana metíamos el lomo con cuchara y ladrillo para terminarla”. En ese Funes de hace tres décadas, según Luigi, “no había nada, esto era campo. En el pueblo había diez mil personas, no mucho más, para hacerlo ciudad contaron hasta a los muertos (risas), ahora nos pasamos de largo. Puse un negocio acá, en Elorza 1645 y me sentí muy pero muy cómodo. La gente que conocí aquí es como si la hubiese conocido cuando tenía diez años, allá en el pueblo. Funes es mi casa, no me iría nunca más, me siento bien. De acá no me muevo, ¡ya me compré la ´casa´, la parcela en el cementerio!”.

“Me da lástima que no haya más gente que aprenda el oficio”, dice Luigi, y cierra comentando que “cuando sos albañil, peluquero, carpintero, herrero, sastre, no te morís de hambre. Tenés que ser derecho con la gente, honesto, tratarla bien. Yo soy medio bruto pero a la gente nunca la traté mal. El problema está ahora en los dedos (muestra sus curtidos dedos con una sonrisa), pero el oficio que aprendí lo hice en Italia, en Rosario y acá. Gracias a la aguja sobrevivo, la aguja me acompaña”.