Miércoles, 25 de Septiembre 2024
Viernes, 08 de Enero del 2016

Un dirigente incorrecto con sobredosis de pasión

<p>Murió Horacio Rímini, un hombre clave en la historia de la ciudad desde el regreso de la democracia. Le dio su vida a la política. </p> <p> </p>

Vanesa Fresno - InfoFunes

“Hijo de puta” le dije un día, varias veces. Lo medí infinidad de oportunidades para pegarle una buena trompada al mentón izquierdo. Pero no lo hice, no pude, no me salió. Sigo pensando que se la merecía, pero no tuve agallas o como quiera que se llame lo que hay que tener en uno de esos momentos. A los pocos días, como si nada hubiera ocurrido, ambos podíamos encontrarnos sin verdaderos rencores para tomar un café, discutir de política o concretar una entrevista.


Ese era Horacio Rímini, el tipo clave en la historia política de Funes que falleció el jueves tras una dura enfermedad. Una persona a la que le faltaron apenas tres materias para recibirse de abogado, pero ostentaba el título que la mayoría de los dirigentes locales no tiene.


Porque Horacio entendía realmente a la política como una herramienta de transformación, que sirve para cambiarle la vida a la gente. Y lo demostraba en la calle, en el contacto con los vecinos, en el café, en la plaza, ahí donde se dirime todo. Plagado de contradicciones e imperfecciones, llevaba adelante esa convicción. Lo hacía con vehemencia y sobredosis de pasión.


Horacio no cuidaba ni le importaban las formas, era un dirigente incorrecto. Verborrágico, agresivo cuando lo creía necesario. Humano, en definitiva. Un hombre sanguíneo, visceral, dispuesto a todo para conseguir su objetivo en política. A la vista de su carrera, festejó más victorias que derrotas.  


Fue un radical hasta la médula, pero compañero de los peronistas. Un tipo que superaba la grieta que todavía impera en tiempos de Cambiemos.  Lo demostró, al menos ese es el recuerdo que se me viene a la mente, cuando murió el ex presidente Néstor Kirchner. El 27 de octubre de 2010, detrás de sus enormes diferencias con el kirchnerismo, vivió ese fallecimiento como el de alguien cercano. Quizás eso de hacer política por sobre las posibilidades del cuerpo los haya asemejado.


La noche del jueves la política de Funes sintió un vacío grande. No llamó la atención entonces que apenas iniciado el velorio en Cosapef, un sinfín de dirigentes y militantes de diversos partidos se hayan acercado a despedirlo. Horacio hablaba, coincidía y discutía con todos ellos por igual. “La política fue su vida”, resumió acertadamente su hermano Juvenal.


En tiempos cuando Juvenal gobernaba la ciudad, desde 2003 a 2011, Horacio recorría los barrios a toda hora a bordo de un Volskwagen Polo blanco destartalado. Controlaba la prestación de servicios y vigilaba el buen laburo de los empleados al punto de aparecerse de sorpresa en la madrugada en dependencias municipales. No fue casual entonces el peregrinar de trabajadores estatales en el sepelio. Horacio castigaba, pero habilitaba. Y eso genera respeto bien ganado.


El radicalismo de Funes lleva su nombre. Fue artífice de la victoria de su hermano Juvenal en la intendencia y de la llegada de Mónica Tomei a la Cámara de Diputados de la Provincia, la segunda persona en lograrlo en la historia de la ciudad. Nunca quiso ser el 9, el goleador, el merecedor de los flashes. Siempre jugó de rueda de auxilio, para atajar penales.


Se despidió de la política local a lo grande, desde la presidencia del Concejo. No pudo retener la banca y se peleó con Tomei, con quien tiempo después retomó  el diálogo diario, casi a espaldas de los funcionarios que secundaron a la pediatra.


Hasta sus últimas horas seguía el día a día de la política local. Ni siquiera la enfermedad le detuvo su pasión. Su mirada aguda sobre León Barreto, las urbanizaciones y su amada UCR. Preguntaba todo.


La dirigencia de Funes va a extrañar al pasional. Los vecinos van a extrañar verlo caminar por el costado de la vía. Los radicales van a extrañar a ese conductor. Los municipales van a extrañar el saludo cálido. Este periodista va a extrañar entrevistar a Horacio. El tipo que respiraba política, en definitiva el animal político de la ciudad.


Un abrazo y beso a Juvenal, Maita, Juan Ignacio y Belén.