Miércoles, 25 de Septiembre 2024
Martes, 15 de Septiembre del 2015

“Apenas cerramos la gente se paraba para retarnos por habernos ido”

<p>Todo un símbolo, Bruno Bianco sostuvo durante 51 años una tienda que fue mucho más que un comercio.</p>

Foto: Vanesa Fresno-InfoFunes

“Necesito un par de zapatillas, voy a ir de Bianco”. “Se me rompió el televisor, le voy a pedir uno a Bianco”. “¡eh! ¿cómo andás? ¡Andá a pagarle a Bianco!”. Frases, chistes así se escucharon en todas las casas de Funes durante más de 50 años. Bianco era el amigo, el comerciante, el que salvaba las papas en la urgencia y siempre, si faltaba el billete, era el que daba generosas cuotas. Bruno Bianco forma parte del inconsciente colectivo del funense, lugar ganado gracias a más de cincuenta años atendiendo su local multirubro.

“Nací en Canal, en Córdoba, y me vine a Funes a los 8 años”, cuenta Bruno, acompañado de su fiel mate. “Mi viejo era ferroviario, lo mandaron a Rosario, pero no nos gustó, así que nos vinimos a Funes”. El, en aquel momento, pequeño Bianco, comenzó en el trabajo de su padre. “Ya más grande, mi papá me quería hacer entrar en el ferrocarril, y a cambio de eso, con tres albañiles, le construyeron un chalet a un diputado. Así que entré como archivista y pasé a personal administrativo”.

Pero, ¿cómo empezó con su negocio? “Luego conocí gente que me consiguió un laburo para llevar la contabilidad de una fábrica de calzados, y desde ahí arranqué. Salía del ferrocarril, comía y me iba a laburar de administrativo hasta las seis de la tarde. Desde ahí trabajé siempre en dos o tres cosas a la vez, no lo hacía con sufrimiento, lo llevaba bien. Ahí conocí a un señor mayor, que no se porque me agarró cariño y me dio la idea de poner un local acá en Funes. Me ofreció llenarme de calzado el local, y que yo se lo pagase a futuro. Así que me puse en marcha, vendí la moto y el bandoneón, puse un local frente del banco Independencia, actual Macro, y ahí arranqué, con pilcha, calzado, zapatillas. Este hombre me acompañaba a Buenos Aires y me armaba los surtidos, y luego me dio la representación de los calzados Skippy, que se vendían como agua”, cuenta.

Pero estos primeros meses no fueron fáciles: “Le metía a la mañana al ferrocarril y a la tarde al negocio, de lunes a sábado a la noche, y los domingos hacía números y eso. No tenía tiempo libre pero había que meter pata, y empecé a crecer. Empecé a ver un mango, encaré otros negocios, se fueron dando las cosas, fui creciendo, probé muchos rubros. Hice barbaridades también, como esperar que mi mujer se durmiese para levantarme y seguir trabajando”. Hasta que llegó la ampliación: “me amplié en la misma cuadra para el lado de la estación, y empecé con artículos para el hogar, seguí con pilcha, me metí con la construcción, me metí en el rubro agropecuario como quería desde chico, porque de pibe me iba a Córdoba a un ranchito de mis parientes y estaba tres meses ahí chocho de la vida, entonces mi anhelo era el campo”. El crecimiento fue vertiginoso.

Comerciantes de antaño, como Bruno Bianco, hacen un culto del trato amable con el cliente. “Yo hacía de la venta un show”, explica Bruno. “Uno trabaja, hace cosas, crea un sistema. Nosotros nos retiramos con 1700 clientes en cartera, gracias al sistema distinto que usábamos. Algunos dicen que porque antes era más fácil, y no es así, muchas crisis nos quitaron toda la guita. En el 2001 la cartera de clientes se nos achicó mucho”.

Ya sea equipando a los pibes que se iban a la colimba con ropa a pagar al año siguiente, cambiándole los cheques a los empleados municipales para que no tengan que esperar al lunes, o prestándole al galán de turno que todavía no había cobrado y tenía que agasajar a una dama, Bianco siempre estuvo al lado del pueblo: “Hasta en la hiperinflación seguíamos dando crédito, porque había bienes indispensables que la gente tenía que tener. Perdimos plata, sí, pero mi capital no eran los cachivaches que yo tenía ahí adentro, era la clientela, con la que nos íbamos a levantar juntos en algún momento. ¡No era ningún favor! El cliente es cliente, tiene derechos adquiridos, me apoyó mucho tiempo, tengo la obligación de apoyarlo. Era una forma de retribuir el apoyo del cliente”. Bianco forma parte de una especie de comerciante en extinción

Desde 1961 al 2012. 51 años estuvo presente el local de Bruno Bianco. Pero, todo llega a su fin. “La evolución de Funes se dio de forma casi vertiginosa, con mucha ayuda de los countries. Se formó mucha competencia, crecieron muchísimos negocios, desproporcionadamente para con el crecimiento demográfico de Funes. La gente nueva de Funes prefería irse a comprar al centro de Rosario, sumado a mi edad, y mi familia que me empezó a exigir, y ya fui viendo que era hora de irse. Estuve un tiempo largo intentando vender el negocio, pero no encontraba comprador, y puse un tope: si a fin de año no vendía, liquidaba todo, hacía una liquidación total. Pero encontramos comprador, el actual dueño, y bueno, vendimos”, cuenta Bianco.

“Que la gente tenga un reconocimiento a un comerciante no es fácil, no somos médicos, pero fue especial con nosotros, apenas cerramos la gente se paraba para retarnos por habernos ido. Estoy muy agradecido a lo que me pasó, a la gente que me ayudó”, dice Bruno, y cierra hablando de su querido pueblo. “Me quiero quedar acá, salgo al patio, me voy a comer un asadito al club Florida, que lo prefiero a cualquier reunión en cualquier hotel del primer nivel. Funes es mi lugar”.