Roque Núñez: La voz de Funes
Es un auténtico histórico de la ciudad. Reconocido por recorrer las calles con la ya mítica propaladora, también fue jefe de la Estación de ferrocarril.
Hubo una época, muchos años hacia atrás, en la que el pueblo de Funes tenía un solo teléfono y las llamadas a Rosario salían 10 centavos. Los familiares de otras ciudades solían llamar y dejaban mensajes que luego eran llevados hacia los domicilios de los funenses. Uno de los purretes que llevaba los recados en bicicleta era Nelson “Roque” Núñez, un histórico de la ciudad al que seguramente muchos le conocerán la voz, aunque no precisamente por llevar los mensajes telefónicos.
Roque trabajaba también en el cine de aquel entonces, era el operador de la sala: jueves, viernes, sábados, domingos y algunos martes él estaba en el primer piso del cine proyectando las películas. La rutina era siempre la misma: caminaba unos metros hasta la estación de trenes, retiraba la pesada bolsa de lona con las películas que venían desde Rosario y las llevaba hasta la sala de proyecciones del cine. Allí mientras ponía los rollos en las dos máquinas agarraba el micrófono y le daba a la labia. Iba promocionando las películas que estaba por pasar, en la calle un amplificador elevaba su voz.
Tanto le gustó el temita del micrófono que pidió permiso y empezó a relatar en vivo sus propios auspicios. Como la cosa funcionaba, para ampliar lo que tenía fijo en el cine alquiló un auto, pidió prestado el amplificador RCA del cine y empezó a recorrer las calles de la ciudad voceando publicidades.
Obviamente no había internet ni nada de eso. La cosa siguió funcionando y al poco tiempo se pudo comprar un auto. A esa altura ya era el rey del espacio sonoro aéreo. Había surgido la famosa propaladora.
“Una vez se había perdido un chico, había salido de la casa y no regresaba. Preguntamos a la familia por donde solía andar, pegamos una recorrida y en media hora lo encontramos, salían los vecinos a decir que estaba en la casa de fulano, de mengano... Perros encontramos cualquier cantidad, aun a la fecha”, dice contento Roque, que hoy tiene una verdadera empresa de producción con 6 móviles equipados con todo lo necesario.
Pero las andanzas de este hombre no terminaban ahí, paralelamente -desde 1960- trabajaba en el ferrocarril. “Empecé en el cargo menor, de cambista, el que cambiaba las señales. En ese tiempo no había barreras”, cuenta. Así, fue escalando posiciones hasta que se convirtió en Jefe de Estación.
Como les pasa a todos aquellos que quisieron al ferrocarril, hay una etapa negra en su vida, y no hace falta ser adivino para saber cuál es. “Yo veía el final ya. Me fui un tiempo antes porque era mucha la mala sangre que me hacía. Yo veía los accidentes en potencia. Y me imaginaba que si pasaba algo me iban a echar la culpa a mí. Yo tenía sed todo el día, el médico me dijo que me haga un análisis y me dio que tenía diabetes. Ahí me fui. Yo cuando las cosas no van, así las lleve en el alma, las corto de ombligo”, cuenta triste, con lágrimas en los ojos. Corría el año 1992, algunos meses después partía el último vagón de pasajeros. “Esta era una estación premiada por su funcionamiento”, dice orgulloso.
Pero eso es solo un mal recuerdo, siguió adelante con su empresa y aun hoy, con varios años en el lomo, sigue trabajando junto a su hijo. Y esperan al año próximo para hacer, como cada año desde que llegó a Rosario, el audio del Vía Crucis del Padre Ignacio. “Al Padre Ignacio antes lo metíamos en nuestra casa rodante, pero era mucho lio, todos querían tocarlo”, cuenta Roque sobre la vez que improvisaron esa especie de papa-móvil casero.
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