Martes, 23 de Abril 2024
Martes, 24 de Marzo del 2020

Pasar la cuarentena, entre cafés calientes y ganas de volver por un buen mate

Mañanas frías, café caliente y las ganas de volver a compartir un mate. Así pasa su cuarentena Caterina Weller, que escribe especialmente –otra vez- para InfoFunes.

Las mañanas en Bogotá son siempre frías, por suerte el café negro nunca falta. Las mañanas en Bogotá empiezan a correr desde temprano, a las 5:30 ya se abrieron las puertas del supermercado de la esquina, los buses - de capacidad reducida - frenan en cada cuadra para que algún que otro pasajero pueda empujar y hacerse un lugarcito. El espacio personal queda muchas veces reducido a un huequito que separa la nariz de uno de la nuca de quien viaja adelante que con suerte aun no transpira.

Los barbijos – o tapabocas como les dicen acá – no son cosa nueva en estas calles. La capital colombiana es una de las ciudades más contaminadas del continente, y, según algunos, se lleva el puesto 40 a nivel mundial. Con sus más de 7 millones de habitantes, y un sistema de transporte público poco eficiente, el humo negro se traga cada mañana camino al trabajo como quien se fuma un cigarrillo para bajar el desayuno: huevos, arepas, café.

Desde que el Coronavirus se apoderó de nuestros medios y nuestras mentes, el caos que caracteriza a la ciudad parece haber mutado. Miro por mi ventana, la fila para entrar al banco ya no está allí. El 6 de marzo se confirmó el primer caso de una mujer infectada en el país y desde entonces ya suman 92 las personas infectadas, de las cuales 42 son mis coterráneos (recibo Whatsapps indicando que el número va en aumento mientras escribo).

Hace desde el viernes 13 que mi oficina cerró sus puertas (otros dirán que esa fecha trae la mala suerte) y el teletrabajo se quiere apoderar de mi vida. Pero ¿qué puedo hacer desde casa si mi trabajo consiste en visitar comunidades en situación de vulnerabilidad alrededor del país? Mi plan de viajes 2020 se fue por donde vino, y el encierro no solo aburre, tampoco trae tranquilidad: como muchos jóvenes, comparto el departamento con otras dos personas, y a quién tocan o se acercan es algo que afortunadamente no puedo controlar, aunque a veces con preguntas hago el intento. La desconfianza también está de cuarentena.

Ayer, en un impulso desesperado por salir de casa, fui al supermercado. Caminando entre pasillos desabastecidos, observando el accionar de la gente, escuchando, me di cuenta de algo: ya no se puede elegir. “No hay el papel higiénico que yo uso, ni la leche que yo tomo”, decían algunos con indignación. La góndola de vinos argentinos aun reluciente llamó mi atención. Por las tardes, cuando aquellos que aun corren con la suerte de ir a la oficina terminan su día – por lo general a las 5:30 – los pasillos del super se atiborran de gente que a falta de productos para desinfectar compran lo que haya disponible. Latas, avena, lentejas, leche, pan, agua, chocolates, cervezas por doquier. Aunque por lo que escucho, el teletrabajo será obligatorio para todos los habitantes que tengan esa posibilidad a partir de hoy.

Las medidas de Iván Duque no difieren drásticamente de las adoptadas por el presidente argentino. Las clases están suspendidas hasta el 20 de abril y se decidió adelantar el período de vacaciones al 30 de marzo, es decir que los niños pasarán sus vacaciones en casa, con la esperanza de que el ciclo lectivo no esté aun del todo perdido. Además, se prohíbe el ingreso de extranjeros, los nacionales que lleguen del exterior deben cumplir la cuarentena de 14 días y las fronteras están temporalmente cerradas (la que nos une con Venezuela, a punto de reventar).

Ayer en la noche, la Alcaldesa de Bogotá, Claudia López, anunció un “simulacro obligatorio de aislamiento social” que irá del viernes al lunes. Durante esos días no podrán circular autos ni motos por la ciudad, se cerrarán todos los centros deportivos, se cancelará la ciclovía dominical, se aplazarán las fechas para pagos de impuestos. La idea de Claudia es rebuscada y simple a la vez: intenta ver cómo funcionaría Bogotá en caso de que realmente el aislamiento de todos los ciudadanos en sus casas se vuelva real. Una prueba piloto para reconocer cómo reaccionará la gente, quiénes se verán forzados a salir, cuál serían las dinámicas en el transporte público, y qué pasará con los más vulnerables, los que viven en las calles de Bogotá. La cuarentena del viernes permitirá ver cómo reaccionan cuestiones de abastecimiento y movilidad, el fin de semana dejará ver el potencial que tienen los colombianos para afrontar el aislamiento y una vida sin contacto humano, la veo difícil.

Mientras tanto, desoyendo el pedido del presidente, grupos de jóvenes organizan fiestas en fincas para pasar un fin de semana de inmovilidad que transgreda la cuarentena. Otros, los del interior, se plantean la opción de volver a casa ya que algunos municipios también están cerrando sus fronteras, pero volver a casa desde el nicho del COVID-19 en Colombia podría atentar contra la salud de algún familiar. Las cartas hoy por hoy son difíciles de jugar. Los empleados de Rappi, que te traen lo que se te ocurra a la casa, están en su momento de gloria, aunque también coincide con el más riesgoso de su historial.

Las mañanas en Bogotá son siempre frías, y aun no queda claro si es que el frío colabora en la propagación del coronavirus o no. Los buses, poco a poco, se empezaron a vaciar. El espacio personal es cada vez más grande y resulta desesperante en el país de la salsa y el vallenato. Es imposible no ofender al rechazar un beso o un abrazo, aunque, poco a poco, se va instaurando un nuevo código social. Extrañando mi casa de Funes y un tereré compartido entre mil bocas una tarde de verano, me preparo otro café y me siento a teletrabajar. 


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