Domingo, 04 de Mayo 2025
Jueves, 13 de Marzo del 2025

Narcóticos Anónimos de Funes sigue trabajando para brindar otra oportunidad de vivir

La entidad compartió uno de tantos testimonios de personas que cayeron durante años en la adicción y perdieron todo, mostrando que se puede volver a empezar.

En medio de la lucha por salvar vidas de las adicciones, el grupo de Narcóticos Anónimos de Funes (@nagranrosario, teléfono 3413 24-9739) comparte uno de sus tantos testimonios que muestran que con ayuda y decisión se puede tener una nueva vida, una nueva oportunidad:

“En la vida de todo adicto hay encrucijadas: momentos en los que podemos dejar de consumir y asumir la responsabilidad de nuestra vida, si es eso lo que elegimos. Yo me enfrenté a esa encrucijada un día en el baño de una estación de autobuses y elegí el camino equivocado. Pensé que iba a morirme, pero, por la gracia de Dios, me dieron otra oportunidad.

Hace dieciseis años que estoy limpio. Empecé a estarlo a los veintidós años, así que he pasado la mayor parte de mi vida adulta siendo miembro de NA aquí en Australia. Tengo una vida plena y fértil gracias al programa de Narcóticos Anónimos.

De adolescente, estaba dominado por la compulsión de consumir drogas. Las consecuencias fueron problemas, violencia, prisión y una mala salud. Mi consumo estuvo salpicado de visitas obligadas por la ley a consejeros, funcionarios de libertad condicional, psicólogos, etc. Apenas escuchaba lo que me decía aquella gente, o mejor dicho, apenas oía nada que no fuera el barullo de mi propio ego y el deseo de consumir drogas. Estaba tan centrado en conseguir lo que creía que necesitaba, que no hacía caso a la mayoría de los límites morales que casi todo el mundo da por sentados. Robaba, mentía, engañaba, me metía en chanchullos; acabé exactamente como dice el Texto Básico: «reducido a un nivel animal». Merodeaba por las calles como un lobo, en busca de dinero y drogas. En lo profundo de mí mismo aún tenía conciencia, pero no lograba llegar a ella; no me podía dar el lujo de hacerlo. Estaba enterrado bajo una montaña de escombros emocionales. La tarea de quitar toda esa basura era demasiado grande. Tenía demasiadas cosas que abordar para vivir una vida normal. Mi vida se convirtió en un sufrimiento de responsabilidades sin resolver.

Creo que el trabajo de verdad de todo ser humano es cuidarse a sí mismo; y yo, aparentemente, no sabía hacerlo. Comer, dormir, beber agua, hacer ejercicio, estar abrigado o limpio me parecían cosas irrelevantes y prácticamente imposibles. El resultado era un círculo vicioso de hambre, falta de higiene y mala salud.

Estas incapacidades ocultaban un dolor emocional que llevaba entre las capas de mí mismo. No logré sentirlo ni expresarlo adecuadamente hasta que empecé a estar limpio. No sé si este dolor viene de mi infancia o llegó conmigo a este mundo, pero aún lo llevo. No siempre está presente, pero aparece de vez en cuando a medida que me muevo entre esas capas. Si me rechazan, me dejan, me tratan como alguien inferior o, de alguna manera, no me quieren, el dolor se hace agudo. Solía medicarlo con drogas.

Durante mucho tiempo ayudaron a que me sintiera mejor, pero al final las drogas pasaron a ser el dolor en sí. Aunque me llevaron al borde de la locura y la muerte, ahora ya no me veo a mí mismo como alguien que tiene esa opción: para mí, consumir drogas es el suicidio.

A los veinte años, cumplí condena por robo con allanamiento de morada en una cárcel de máxima seguridad. Allí dentro vi algunos de los comportamientos humanos más brutales que he visto en mi vida. Tras dos años terribles, me dejaron en libertad con el compromiso absoluto de dejar de consumir. Duré una hora hasta drogarme con unas cuatro drogas diferentes y a partir de ahí tengo una laguna de memoria. Mi vida entró en una espiral sin control durante los meses siguientes. Mi impotencia era evidente; la ingobernabilidad, innegable. Me desperté de un desvanecimiento con sangre que no era mía, el bolsillo lleno de dinero y sin acordarme de nada. Me estaba convirtiendo en algo que me daba miedo.

Una noche, mientras trataba de dormir para pasar el síndrome de abstinencia, tomé algunos tranquilizantes fuertes, pero no me funcionaron como esperaba. Me sumí en un estupor de frustración e inutilidad. El dolor por la ruina en la que se había convertido mi vida se apoderó de mí. Empecé a llorar y maldecir lleno de rabia violenta, a romper todo y a golpearme y arañarme la cara. Mi compañero de habitación, aterrorizado, llamó al funcionario de mi libertad condicional.

Al día siguiente, intervinieron conjuntamente el funcionario, un consejero y mi madre. Me dijeron que iban a mandarme otra vez a la cárcel, a menos que fuera a NA y acudiera a noventa reuniones en noventa días. Dije que haría que lo querían, pero me respondieron que eso no era suficiente, que tenía que elegir por mí mismo, porque la recuperación no sería posible hasta que quisiera de verdad cambiar. Me vi atrapado en un limbo de deseos antagónicos. Por supuesto que quería cambiar, pero no podía; quería consumir, pero no podía. Sentía que no podía hacer nada, así que decidí matarme. Me marché de la intervención de aquel día con una sensación de absoluta catástrofe y desolación.

Perpetré un robo, compré todas las drogas que pude y tuve una sobredosis en el baño de la estación de autobuses. Quería morir porque, aparentemente, no había alternativa al sufrimiento en que se había convertido mi vida. Ese día me enfrenté a una encrucijada y elegí el camino equivocado; pero, por la gracia de Dios, me dieron otra oportunidad

Desperté al cabo de unas horas, acurrucado en el suelo del baño, completamente derrotado y con mi vida hecha añicos. Caminé con dificultad sin saber qué hacer ni adónde ir. En aquel estado de desesperación ciega, los vientos del destino me llevaron a un centro de desintoxicación que estaba al otro lado de la autopista. Se apiadaron de mí y me admitieron, a pesar de que no llevaba las cuarenta y ocho horas limpias que exigían. Me acosté desnudo en la cama, en posición fetal, y me pasé aquella noche sollozando con una sensación especial de libertad porque creo que muy dentro de mí mismo sabía que todo aquello había terminado. Me había rendido. Sólo que aún no sabía lo que eso significaba. Me esforcé por pasar esos primeros días de dolor, pero el miércoles por la noche, en una reunión en un centro para personas sin techo, escuché y sentí el mensaje de NA por primera vez. Ya no tenía que consumir drogas: había una salida. Me inspiraron las otras personas, que evidentemente eran yonquis pero que al parecer no consumían. Me hicieron creer que yo también podía parar y tener una salida en la vida. Ahora, mientras escribo esto, estoy triste; hoy en día estoy emocionalmente mucho más en contacto con mi vieja vida de locura que entonces.

Ni me imaginaba cómo se desarrollaría mi vida. Sólo veía el agujero negro de lo desconocido, pero había decidido, sólo por la novedad, hacer la prueba por unos días a ver cuánto duraba.

Duré cuarenta y nueve días. Después recaí y la compulsión de tomar drogas volvió a mí como un animal feroz. Mi vida volvió a entrar de inmediato en una espiral sin control y me di cuenta de que esos cuarenta y nueve días habían sido los menos problemáticos de los últimos diez años. La recaída duró unos dos meses hasta pasar por otra desintoxicación y la muerte de otro amigo por sobredosis. Estoy limpio desde el 25 de enero de 1989, y el tiempo que llevo limpio es mi tesoro. Lo protejo con mi vida porque es mi vida.

He continuado haciendo muchas de las cosas que me parece que una persona debe hacer. Tengo una casa y un negocio. Volví a estudiar y tengo una educación. He recuperado todos los bienes sociales y materiales normales. Pero más importante que todas esas cosas: he amado... a veces profundamente. Siento las cosas... ¡siento todo! Creo que siempre he tenido miedo de eso, pero sentir es asombroso, maravilloso y aterrador, triste e impresionante, todo a la vez. Me entusiasma estar vivo. Y me emociona lo que aún no ha llegado. Aún sufro de vez en cuando de angustia existencial, y me pregunto qué hacemos todos aquí, en este planeta, pero he decidido tener un propósito y eso me hace las cosas más fáciles: me preocupo de que la gente pueda estar limpia. Me he dedicado a NA y a servir a los demás. Asisto de forma habitual a las reuniones. Participo en el área local y en la región. Apadrino compañeros y tengo un padrino de NA. Vivo los pasos lo mejor que puedo y trato de convertirme en la mejor persona que puedo ser. Creo que si vivimos así, damos permiso a los demás de que hagan lo mismo. NA me dio la clave para tener otra vida, que consiste en que «sólo podemos conservar lo que tenemos en la medida que lo compartimos»”.

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