Viernes, 27 de Septiembre 2024
Miércoles, 24 de Agosto del 2016

Una tarde cazando pokemones

<p>Los pokemones llegaron a Funes, están por toda la ciudad El autor de esta nota acompañó a su hijo a cazarlos para recordar cuando jugaba a la búsqueda del tesoro. Más o menos.</p>

El Colegio María Auxiliadora, una de las pokeparadas funenses

Tiene la pelota Capurro, la toca para Gallego, Gallego abre para cucurucho Santamaría, peligro de gol… Estamos en 1970 y pico. El relato acompaña un emocionante partido de fútbol. Los jugadores son tapitas de gaseosas y la pelota un botón que se desliza por el piso de la casa. El relator es uno de los niños que espera su turno para jugar.  Fundido a negro. Ahora el que relata es Mariano Closs. La pantalla de 40 pulgadas muestra un dibujo animado perfecto de Leo Messi.  El niño domina el control con habilidad para que el jugador virtual haga lo mismo que sabe hacer en el mundo real. El que maneja al otro equipo no sabemos quién es ni dónde está, pero también lo hace con destreza.  Corte. Entre una escena y otra pasaron 40 años.

Frente a la escuela Berni hay una parada. Hay otra en el Museo Murray y una en la zona del tanque de agua que parece un hongo. La calesita de la plaza San José es un gimnasio. Tenés que caminar por las calles de Funes, encontrarlos y atraparlos con una bola. Aparecen en el celular por geolocalización satelital. Son más de 150 pero podés cazar repetidos y podés hacerlos evolucionar con caramelos. Es realidad aumentada, se ven como si estuvieran en el mundo real. Se les puede poner un cebo para atraerlos a la parada. ¿Ahora me vas a preguntar qué es un cebo?

La persona que me explica esto no tiene más de diez años. Mientras vamos caminando por una tranquila calle funense en un agosto primaveral me va dando información con cuentagotas, sin levantar la mirada de la pantalla. Tu celular no sirve, no te podés descargar la aplicación con ese sistema operativo. Lo dice cuando saco mi aparato para ver la hora. Llevamos más de 50 minutos andando sin hacer nada. No estamos haciendo nada, estamos jugando, ya conseguimos un Raticate y un Bulbasaur. Me mira serio. Con una función de la aplicación sabemos cuántos metros hemos recorrido.

Los pokemones llegaron a Funes, están por toda la ciudad, aunque a simple vista no los veas. También están por allí diseminadas las pokeparadas y los gimnasios para que los jugadores entrenen a sus pokemones y los preparen para los combates. Las noticias de los diarios y los rumores sin fuentes precisas alimentan las opiniones encontradas: accidentes de distraídos cazapokemones en las calles, emprendedores que ofrecen tours por las pokeparadas para atrapar pokemones, una profesora que adaptó los ejercicios de clase a los términos que se utilizan en el juego. Entusiastas y detractores esparcen sus comentarios por todos los medios.

En un juego cualquiera la imaginación siempre construye un puente entre lo real y lo imaginario. Poco importa si ese puente se hace a partir de una tapita de gaseosa o de la ilustración figurativa del futbolista. Cuando entramos en el juego lo atravesamos sin vacilaciones, porque es el jugador y su compromiso con el juego quien establece la sutura entre una tapita de gaseosa y cucurucho Santamaría, entre la representación virtual de Messi y Messi.

En Pokemon Go lo real y lo imaginario se fusionan más allá de la imaginación. Ya no es necesaria la intervención del jugador para unir el mundo real y el mundo virtual de las pantallas de videojuegos. Porque Pokemon Go está justamente allí, en la intersección. Jugar a Pokemon Go es una experiencia nueva que invita a atravesar dos fronteras. Ésta, la que nos propone la realidad aumentada, la combinación del entorno físico real de nuestra ciudad con el devenir de personajes virtuales completamente alejados del mundo cotidiano.  Y otra, la de nuestra casa como espacio del entretenimiento digital. La pantalla nómade del videojuego se desconectó del televisor y ahora sale a la calle.

El avatar, el niño y yo llevamos caminados tres kilómetros. Estamos en la esquina de Candelaria y San José. Frente al mural infantil hay una pokeparada. Encontramos un Oddish, lo atrapamos. Es como jugar a la búsqueda del tesoro, le digo. Más o menos.