Viernes, 26 de Abril 2024
Jueves, 09 de Abril del 2015

Señor afilador

Baltasar Guaschetti es el afilador del pueblo desde más de cuarenta años, siempre con la misma bicicleta. "Si yo dejo de trabajar muero. Voy a segur andando en bicicleta y afilando hasta que el cuerpo me lo permita", dice.

por Vanesa Fresno

“Ya me sacaron una vez en un diario, vinieron a sacarme fotos, todo”, cuenta Baltasar, mientras abre la puerta. La casa es acogedora, típica casa de familia trabajadora. Gladys, su mujer, apura el agua del mate para recibirnos y Baltasar ofrece una silla para empezar la charla. Baltasar es Baltasar Guaschetti, histórico afilador del pueblo, quien nos abrió las puertas de su casa para contarnos su historia.

“Yo trabajaba en el ferrocarril”, relata. “Un compañero gallego me dio las primeras instrucciones cuando me compré la bicicleta, hace más de cuarenta años. Empecé haciendo lo mío acá en la casa, después con los vecinos, hasta que le agarré bien la mano y comencé a salir a afilar cuando podía, aprovechando los turnos rotativos del ferrocarril”.


-¿Y por donde iba?

-Por Funes, e iba a trabajar a Roldán, a Cañada de Gomez, a Carcaraña, a San Jerónimo. A Roldán me iba en la bicicleta, a los otros lugares me tomaba el Guemes, con la bodega más grandes, desarmaba la bicicleta y la cargaba ahí. Anduve por todos lados. Ahora no tengo un recorrido establecido, voy donde me parezca, un día por un lado, otro por otro lado. Voy intercalando lugares. Antes me programaba, antes tenía los días estipulados e iba a una ciudad por día, y la gente me esperaba. A veces calculaba, iba cada uno o dos meses. Hay gente que todavía me espera.


-¿Siempre la misma bici?

-Siempre. Se la compré a Rodriguez, usada, acá en Funes y un tornero de Fisherton me la preparó para afilar. Ya le dije a mi hijo que cuando me muera, la cuelguen en el galpón y la tengan de recuerdo. Es un monumento para mi.


Baltasar agarra un cuchillo y nos muestra, con la precisión de un cirujano y el amor de un padre, el paso a paso de cómo afilarlo. Prepara la bicicleta, lo afila en las diferentes piedras y por último lo prueba en un trapo desgastado. “No tiene que engancharse con ninguna pelusita”; explica didácticamente, como cuando explica la manera en la que usaba su flautita comprada en Aljanati para avisar su paso. “Se me rompió, no pude conseguir otra y ya cambié de sistema: golpeo puerta por puerta”.


-¿Y nunca dejó el ferrocarril?

-No, nunca. Ahí era peón cambista, limpiaba los bronces, despachaba encomiendas, la limpieza, limpiaba los faroles de las señales. A la mañana se sacaban los faroles. A la noche, el turno tarde, colocaba todas las señales de nuevo. Estoy muy agradecido al ferrocarril, gracias a él viví, tengo una jubilación, una cobertura médica. ¿Sabés lo que fue el ferrocarril para mi? Trabajé siempre junto a Roque Nuñez, que fue un gran amigo, gran compañero.


Este hombre de ochenta y dos años ríe como un nene cuando su hija le recuerda las veces que otros afiladores iban por las calles diciendo ser sus hijos o sobrinas, y que Baltasar había muerto, para atraer a sus clientes. “Después llegaba y me decían: "ehhhh, ¿cómo?¿resucitó?"”, comenta.

“El afilador lo llevo adentro”, dice Baltasar. “Si yo dejo de trabajar, dejo de estar activo, me muero. Voy a seguir andando en bicicleta y afilando hasta que el cuerpo me lo permita, lo llevo dentro mio”.

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