Librería Chiche's: una vida al lado de los alumnos funenses
Hablamos con Chiche, el librero histórico de la ciudad. “Nosotros arrancamos hace 25 años cuando casi no había librerías en Funes, una sola había", contó.
Hace 25 años, la actividad tradicional de la familia Martinez venía floja. El tambo ya no daba lo de otras épocas. Fue a la señora de Edgardo a quien se le ocurrió la idea de abrir una librería y juguetería que replicara la que ya tenía su hermana en Fisherton.
Así, casi con timidez, abrieron la librería sin demasiadas certezas, como para ver qué pasaba. La única certeza de esos días es que Edgardo jamás imaginó que el nombre de ese pequeño emprendimiento le daría un apodo que con el tiempo haría olvidar su nombre. La librería se llamó Chiche´s, como la de Fisherton.
“Nosotros arrancamos hace 25 años cuando casi no había librerías en Funes, una sola había -cuenta Chiche, apoyado sobre el mostrador del acogedor negocio de calle Pellegrini-. Empezamos de a poquito, estilo quiosco, después se fue agrandando más, más, en seguida pusimos el servicio de fotocopia”.
Rodeado de escuelas, no tardaron en acercarse los alumnos. Eso fue lo que los motivó a comprar una fotocopiadora -una de las primeras del pueblo-; el camino del librero ya no tenía retorno. “Tenía una fotocopiadora chiquita la escuela Nazaret, pero la sacaron porque les traía mas dolores de cabeza que otra cosa”, cuenta.
De aquellas primeras máquinas recuerda lo que renegaban cada vez que un cliente le pedía copias en doble faz. “Ahora la maquina te lo hace automático. Esta máquina te arma los cuadernillos, te los abrocha también”, dice señalando las dos máquinas de última generación.
Con el tiempo fueron dejando de lado la parte de juguetería y se dedicaron de lleno a la librería, “cosa de que lo que vengas a buscar lo tengas”. De eso dan fe los cientos de pibes que alguna vez corrieron en tiempo de descuento, desesperados por conseguir aquel mapa que se habían olvidado.
Algunos otros buscaban otras cosas. “En un momento hacían los famosos machetes. Le había agarrado la mano, hacían un resumen y me decían: <<Chiche, reducimeló al 50%>>. Entonces una mañana cae en el quilombo tempranito uno y me dice: haceme esto al 50. Cuando levanto la vista había una profesora y él me insistía, entonces le digo: <<Esperá que atiendo a la profesora>>. <<No, no, hacemeló porque tengo que zafar>>. Y la profesora se dio cuenta en seguida, te imaginas cuando cayó allá… lo agarraron. Y después venían las profesoras y me decían: vos sos el del 50%. Eran terribles los chicos, lo hacían muy a la vista, se habían cebado”.
La historia de la librería -que en un principio estaba en un cuarto de la casa de Chiche- es la de un negocio que creció amarrado al crecimiento de Funes. Cuando terminaron de preparar el nuevo local dejaron la ya muy pequeña primer sede. El ambiente no acompañaba, corría el año 2000 y muy cerca se percibía el abismo. Pero se las arreglaron, la gente compraba poco pero en Funes cada vez había más gente.
Ahogado por el crecimiento, dejó de existir el fiado. “Vos antes tenias el pueblo de Funes y todo el mundo daba fiado. Hoy no se puede eso, por la comercialización. Vos tenías la libreta del almacenero, del carnicero, en todos lados había libretas. Eso desapareció. Porque ahora los proveedores te bajan la mercadería y te cobran, antes tenían más flexibilidad. Era la idiosincrasia de los pueblos, se trabajaba con mucho fiado. Pero la gente también tenía otro respeto hacia el fiado, llegaba fin de mes y te pagaban. Nosotros hemos tenido muchos problemas y no hemos cobrado nunca más. Antes la palabra era la palabra. Hoy no se puede”, explica Chiche sobre uno de los tantos cambios con los que llegó el crecimiento del pago.
Detrás del mostrador ocupan el piso varios paquetes con agendas del año que se acerca. “La agenda en octubre ya se empieza a vender. Noviembre y diciembre se vende fuerte. Después hay mucha gente que viene a buscarla en marzo y ya hay modelos que no hay”, explica.
Una vez Chiche vio como, detrás del aparador con los cuadernos tapa araña, un hombre entrado en años se “guardaba” una resma de papel en un bolsito. Cuando se acercó a pagar otras cosas que llevaba Chiche hizo la suma y agregó -sin comunicárselo- la resma no declarada. El tipo pagó lo mas bien. “¿Vos te crees que me dijo algo? -pregunta jocoso- Era un cleptómano, sin necesidad”.
“Para mí lo más tedioso es cuando te piden bolitas de telgopor, te vuelven loco. Porque hay 500 mil medidas. Que te piden la 8, la 2, la 1, la 3”, cuenta Chiche mientras busca su producto estrella: la voligoma. “Se vende sola. El aplicador que tiene la voligoma es único, esa es la clave”.
Esa misma calidad quizá sea la clave de la perdurabilidad de la librería. Mientras tanto, Chiche sigue en su rincón, allí donde es amo y señor de la fotocopia, esperando que algún pibe entre a reducir un machete.
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