Fue testigo del crecimiento de Funes y cumple su primer cuarto de siglo
La Panadería de Funes celebra 25 años en la ciudad. La historia de un negocio que nació “en un triangulito” y hoy tiene dos sucursales y 30 empleados.
Un 26 de noviembre de 1994, una serie de “causalidades” llevaron a Mariana y a Horacio a instalarse en Ruta 9 y Gustavo Cochet, 25 años después aseguran que fue la mejor decisión que tomaron en su vida.
“Funes nos dio todo” resume Mariana Willi sobre la ciudad que los vio crecer. Y vaya si crecieron, de ser una pequeña panadería “levantada en un triangulito que daba a la esquina” a tener dos sucursales, abastecer a una gran cantidad de comercios de la ciudad con su mercadería y tener 30 empleados, una verdadera PYME local.
Mariana y Horario llegaron a Funes con Valentín de 4 años y Augusto de 9 meses, unos años más tarde nacía Juan Bautista para terminar de completar la familia. Ese mismo año, se mudan a Funes para apostar fuerte al emprendimiento. Durante los primeros años mantenían en paralelo La Panadería de Funes y otra ubicada en pleno centro de Rosario.
Desde su inauguración en 1994 el crecimiento de “La Pana” fue paulatino y sostenido. Pronto se convirtieron en un referente del rubro y del comercio en Funes. También, desde el 2013 cuando abrieron una sucursal en el complejo La Cardera, frente a los barrios privados, lograron cautivar y fidelizar a todos los vecinos de esa zona, un público difícil de sumar para el comerciante local.
Quienes conozcan al matrimonio, pueden suponer que la clave de su éxito es la energía que tiene Mariana o la intensidad de Horacio, lo cierto es que ellos y también Augusto, quien trabaja codo a codo con sus papás en La Panadería, aseguran que el ser un equipo, tirar todos para el mismo lado y querer siempre crecer fueron las claves.
“El secreto -además de que el producto es bueno- aclara entre risas, es que Horacio amó desde siempre la panadería y yo completaba con mi deseo de servir, de ser útil, detallista. Cuando Horacio llega a la madrugada y siente el olor a la panadería a la mercadería, dice que ese perfume no lo cambia por nada”, comienza reflexionando Mariana.
Y agrega de inmediato: “Fuimos muy buena combinación, yo sin él no podría y creo que él sin mí tampoco, si bien al principio fue duro, hoy gracias a Dios estamos más tranquilos, que el negocio tenga cierta estabilidad te permite estar más relajada y contar con Augusto que viene a ser el mediador, el que pone paños fríos, ayuda”.
Los tres coinciden en la importancia de haber tenido siempre “hambre de crecer, de poder dar laburo, no como una cuestión ambiciosa sino bien, de estar siempre innovando, el mundo cambió y los negocios necesitan permanentemente acoplarse. También entender que sin nuestros empleados nosotros no estaríamos acá, su colaboración es muy importante”, sostienen.
El Funes que los recibió hace 25 años atrás, indudablemente no era el actual. Por ese entonces estaba mucho más marcado el “ser o no ser” nacido y criado acá, pero aseguran que nunca les pesó “de hecho agradecido toda la vida por ejemplo a Don Julio Belardinelli, que sin conocernos nos aguantó en nuestros inicios y aunque era cabrón siempre se portó 100 puntos con nosotros y apostó al negocio. Mientras él estuvo jamás tuvimos un contrato”, cuenta Horacio.
Sus elecciones y decisiones supieron ser acertadas más de una vez, ponerle el cuerpo al negocio durante tantos años les permite hablar con un conocimiento absoluto de la dinámica comercial y social de Funes.
Relatan cómo siempre estuvieron atentos a las necesidades y las demandas del vecino y sobre todo cómo han sabido aggiornarse a través de los años. “Desde que inauguramos instalamos el abrir de corrido los fines de semana que en esa época no era común”, recuerda Mariana.
“Funes es fin de semana, acá sábado domingo, feriados y vacaciones es cuando más tiene que trabajar el comercio, no sólo para el que viene de afuera, sino para el que es de acá que elige esos momentos para salir”, explica Augusto, que con 25 años se perfila como el sucesor del negocio. “Poco a poco me fui ganando mi lugar y hacer valer mi opinión. A mí me gusta la panadería, mis viejos siempre nos inculcaron a Juan y a mí que hagamos lo que queramos, él decidió ser artista y la familia lo apoyó, yo me involucré de lleno”.
“De chico nos quejábamos de que no estaban nunca, nos quedábamos con nuestros abuelos maternos, pero hoy entiendo y valoro el sacrificio que hacían para que hoy tengamos esto”, sostiene y agrega: “Acompañamos el crecimiento de Funes”.
Determinante en sus palabras, Horacio destaca el esfuerzo personal y familiar que convirtió a su negocio de la nada, en lo que es hoy. “Fue siempre un apostar, en un momento dado la tendencia fue poner un bar en una panadería y lo hicimos ¡de una semana para otra! y fue un matrimonio perfecto. Nuestra milonguita va contra todos los principios del panadero, es un pan blanco, cocinado pero que parece crudo y sin embargo se convirtió en un ícono del lugar, una marca registrada y no es lo que se hacía lo que se usaba, fue innovar”.
Momentos marcaron un antes y un después
Casi de manera inevitable, en 25 años de trayectoria, hubo lugar para hechos que golpearon y marcaron para siempre la historia familiar de los Herrera. El 2008 fue el año que puso a prueba su capacidad de resiliencia.
En junio fallecía en un accidente automovilístico Valentín, el hijo mayor del matrimonio a los 17 años, cuando viajaban a ver a Rosario Central y tan sólo 20 días después el local de La Panadería, ardía en llamas. De esos días, sólo pueden destacar la ayuda inmediata y el apoyo incondicional que toda la ciudad les brindó, “solos no habríamos podido”.
“Un sábado a la noche se incendió todo, la cocina y el bar y estaba todo negro, el domingo a la mañana llegamos y había más de 30 personas ayudando y cuatro amigos, cuatro ángeles que se pusieron al hombro la movida y en siete días estaba La Panadería funcionando de nuevo. No puedo dejar de mencionarlos: los arquitectos Julio Giantenaso y Daniela Granado y los dos hermanos Cuminetti”, rememora Horacio.
“Pero no podría mencionar a todos los que vinieron y trabajaban y ayudaban sin ni siquiera conocernos, el que colocó las luces, el que hizo las cortinas, gente que traía los materiales. Una cosa que no podemos creerlo hasta el día de hoy”, recuerda.
“La muestra de cariño de la gente de Funes fue inmensa, no lo vamos a olvidar nunca. Para Mariana y para mí fue un antes y un después, veníamos de un duelo demasiado grande, fue una vuelta de página obligada que sin la ayuda de la comunidad no habríamos podido lograr”, asevera.
Mariana tiene un estilo muy espiritual que si bien asegura haber tenido siempre, luego de ese año se intensificó aún más: “Siempre intenté buscar el para qué y aprender para salir adelante. Creo que la gente valoró que podamos seguir y nosotros hemos ayudado a que otros sigan, todo esto me sana y me calma”.
“Cuando pasó lo de Valentín, el negocio me ayudó mucho a tener una excusa para salir, pero tan sólo 20 días después se incendió todo y me desmoroné. Cuando llegamos y vimos toda la gente ayudando y logrando que en siete días volvamos a estar funcionando, lo tomé como una señal de mi hijo, sentí que Valentín me decía: mamá, acá hay que arrancar de nuevo no te caigas”.
“Es así, veníamos de un golpe bajo, si no habríamos contado con esa ayuda no sé si habríamos podido salir adelante tan rápido. La Panadería es mi hija mujer que nunca tuve, porque así fue: la parimos, la hicimos de la nada. Yo amo Funes, somos esto gracias a Funes y fue la mejor decisión de nuestras vidas haber venido”, concluye entre lágrimas.
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