Un deporte inclusivo que sorprende
<p>En el tenis de mesa del Club Funes hay ex atletas, chicos, mujeres, un joven con parálisis cerebral y hasta un caballero que araña los 70.</p>
El tenis de mesa, conocido como ping pong, es un deporte que requiere y estimula la concentración y la disciplina. En el Club Funes entrena un equipo variopinto que en su mayoría se acercó al deporte “por curiosidad”, y que quedó enganchado y sorprendido por el ejercicio que propone.
Actualmente son unos diez alumnos que entrenan junto al profesor Ramiro Escobar Blásquez todos los lunes y jueves por la tarde, durante más de dos horas. Hombres, mujeres, chicos y grandes. Cualquiera puede acercarse a practicar, junto a un grupo que se propone pedagógicamente inclusivo. Ramiro cuenta que, a diferencia de otras escuelas de tenis de mesa, la propuesta de sus clases es que todos puedan jugar contra todos, alternando niveles de competencia y habilidades. “Todos aprenden con nuevos desafíos”, explica.
De los diez alumnos que actualmente forman parte de la clase, hay ex atletas consagrados, chicos de entre 7 y 9 años, mujeres que pasaron por el tenis y el squash, un joven con parálisis cerebral que se juega todo, y hasta un caballero que araña los 70 y se sumó al tenis de mesa como parte de una rehabilitación luego de un accidente cerebro vascular.
El deporte requiere “mucho control fino”, cuentan mientras disputan partidos con precisión en la muñeca. Otro requisito es la concentración y destreza para anticipar la jugada del otro. “Lo bueno también es que hay un lenguaje corporal que se puede leer en los jugadores, les podes ver la cara pero para eso necesitas concentración”, explica el profe. El desgaste físico también es notable, las clases terminan con mucha hidratación y toalla en mano.
“Me ayudó a activar los reflejos”, dijo Oscar, que el año pasado sufrió un ACV y desde entonces decidió retomar el deporte que jugaba de chico en el mismo club del que es socio vitalicio. Mariela y Camila coincidieron en afirmar que “es mucho más difícil de lo que creían” y sobre todo “muy divertido”. Las dos pasaron por otros deportes y se metieron en el tenis de mesa porque creían que ya lo conocían. “Yo pensaba que sabía jugar, tengo una mesa de ping pong en mi casa y creía que me iba a resultar sencillo”, cuenta Camila sorprendida mientras mira un partido de sus compañeros que se juega a gran velocidad del otro lado de la mesa.
Los más chicos comienzan peloteando las primeras clases y al poco tiempo disputan el marcador cabeza a cabeza con los grandes. Valentino, de 9 años, comenzó a jugar hace un poco más de un año; Leandro, un ex atleta profesional de 34 años, también. Dejando de lado las diferencias físicas, la habilidad se nota en los dos por igual.
Leandro y Mario son dos jugadores que anteriormente competían en las pistas de atletismo. Están acostumbrados a un entrenamiento riguroso y se toman de la misma manera al tenis de mesa: Pasan las dos horas y media de cada clase firmes, paleta en mano. Máximo y Juan van “a jugar”, como corresponde a los siete años que tienen cada uno. “Ya había probado con fútbol y con básquet, pero no me enganché como con este deporte”, dice uno de ellos.
El tenis de mesa que propone el Club Funes no tiene límites, se adapta a cada jugador. Tiene todos los condimentos del deporte y no deja de ser un juego que cualquiera puede jugar.
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