La enfermera que vino de Venecia
Ada Ruvoletto de Parpaiola recuerda su vida en la Italia de la segunda guerra mundial, su llegada a la Argentina –y a Funes- y cómo se convirtió en la enfermera favorita de los chicos.
Vania, la hija, nos abre la puerta y nos hace pasar a la acogedora casa. Ada nos espera sentada en un sillón. El televisor es el ruido de fondo de este cálido hogar, calidez inconfundiblemente italiana. Ada Ruvoletto de Parpaiola es la anfitriona, la homenajeada, una de las primeras enfermeras del pueblo y, quizás, la más recordada y querida. La mujer emana esencia italiana a cada momento. A pesar de sus años (no vamos a aclarar, cuestión de caballerosidad), hace gala de una lucidez admirable, relata, cuenta, se pone nerviosa, grita, se emociona. Nos ofrece un café y vuelve a contar sus periplos en la Venecia de la segunda Guerra Mundial, tose y cuenta cómo se movía el buque que la trajo desde Génova a Argentina. Está sentada, pero no para. Una nona bien italiana, tanto que aconsejamos leer esta nota con acento italiano. Es que la Gringa, todavía, no abandonó su acento.
“Nací en Venecia, en 1928. Allá en Italia tenía mis hijas, mi marido, mis cinco hermanos, sin padre ni madre, pero a ninguno se le ha dado para robar, ¿eh? Eran buenos, buenísimos, trabajaban, estudiaban de día, de noche, uno es ingeniero, uno doctor, una profesora de corte y confección”, así arranca Ada. Es la abuela que todos queremos tener. “Yo trabajé en una fábrica de fósforos, una de caramelos, en otros lugares. Según de donde te llamaban, había que trabajar!”, cuenta, y se da pie a sí misma para recordar a la castigada Italia de la guerra.
“Una vez fui a buscar trabajo a la fábrica de Junghans, la de los relojes, que hacía percutores de fusiles durante la guerra”, empieza Ada. “Durante el primer día, se siente <boom>. ¡Los alemanes se venían a bombardear la fábrica de Junghans que era inglesa! Muchas bombas fueron al agua, pero otras cayeron, yo me escondí y los vidrios me caían alrededor, ¡ay, madonna santa! Hasta que un hombre me subió a un anfibio y me sacó del lugar. Y yo pensaba <<¡dios santo!¿dónde me metí?>>, hasta que nos llevaron al refugio”. Cuenta Ada entre risas, casi entre risas, como si fuese un juego
Hasta que llegó la migración. El que hizo punta fue su marido, carpintero, que vino a ver la situación. Seis meses después, lo siguieron Ada y sus hijas. Tras un accidentado viaje (el buque que zarpó de Génova no se caracterizó por ser manso, y en el tren que las llevó a Rosario, Ada terminó encerrada en el baño) se instalaron en Rosario y meses después, en Funes.
Pero, ¿por qué Ada terminó como enfermera? “la fatalidad”, diría ella misma. A fines del 69, su marido muere en brazos de su entrañable amigo, el doctor Abel Enrique Faust. Intentando ayudar a la familia de su amigo, le consigue trabajo como mucama en el dispensario que él mismo dirigía. “Faust empezó a preguntar quien ordenaba los antibióticos, las pomadas, y le dijeron que yo. Entonces Faust me preguntó qué grado tenía, y le dije que tenía el 5to año. "¡Vergüenza me tiene que haber dado de hacerte limpiar el piso! El otro día le hiciste una inyección a una chica que estaba con ataque de epilepsia. Quinteros (el anterior enfermero) no trabaja más, se jubiló. Yo te voy a dar el lugar de Quinteros". Así, la Gringa, empezó como enfermera.
De ahí en más, Ada se hizo la fama sola. Los chicos se querían vacunar con ella porque no les hacía doler. Y este nuevo trabajo no vino exento de anécdotas: “Luego aprendí a hacer la intravenosa. No la había hecho nunca, y vino un hombre al que se la tenía que hacer. Entonces lo acosté y empecé. Cantaba para acordarme, y así aprendí sin hacer doler, porque pinchaba despacito, para no desmayar, ni hacer a doler. El hombre le dijo a Faust, y Faust me contó que estaba corriendo gritando <<¡cómo la gringa no hay nada!>>”, cuenta riéndose.
“Cuando ella más lo necesitó, Funes le tendió una mano”, dice Vania, su hija, que abandona el silencio para formar parte de la charla. “Cuando ella quedó sola, Funes le dio trabajo. Ni hablar el doctor Faust, es palabra mayor. Cuando ella quedó muy mal, enferma de hepatitis, la gente del dispensario no tenía obra social. Todo Funes se movilizó, hicieron colectas, hicieron de todo. Y ahí empezó la movida para que la gente de la municipalidad tenga obra social”. Ada, la Gringa, la enfermera, la mira con ojos brillosos y asiente cuando su hija dice “ella a Funes lo quiere mucho”. Al segundo, grita: “¡no le dimos un café a este chico!”. No hay vuelta que darle, Ada es bien italiana.
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