Señorita Maestra
Marcela Blanco es una de las pioneras y referente de la educación inicial en Funes. Llegó a la ciudad a principios de los 70, y fue la "seño" de varias generaciones de funenses.
Hay personas que no pasan desapercibidas, que dejan recuerdos, enseñanzas y motivaciones. Muchos seguramente hoy la tengan presente por los cuentos que utilizaba para ganar confianza o el truco de magia con el lápiz con el que convocaba la atención y el asombro de hasta los más distraídos. Marcela Blanco es maestra jardinera y su vocación va mucho más allá del espacio áulico propiamente dicho. Al compromiso y el afecto por sus alumnos, debe gran parte de su vida. "A los chicos no debemos sacarle ni sus derechos ni sus fantasías", afirma sin rodeos la actual directora de un jardín de infantes en Granadero Baigorria donde asisten alrededor de 450 chicos y chicas por día.
Llegada a la ciudad a fines de los años 70, en pareja con el ya difunto y entrañable arquitecto Julio Giantenaso, las oportunidades no tardaron en salir a su encuentro. Con la idea de poner un jardín -que luego se llamaría "Risitas"-, un encuentro con Bety Renz -maestra de actividades prácticas en la Escuela Fiscal Nro. 125- le indicaría el camino: "Sos la primera maestra jardinera en Funes", le contó. Y la invitó a formar parte del plantel docente de la escuela, algo que Marcela, sin margen para la duda, aceptó.
De este modo, fue haciendo camino hasta continuar su trabajo en la Fiscal y, más tarde, ser una de las ideólogas y que llevara adelante el Jardín de Infantes N° 101 (siendo maestra y posteriormente directora), que significó tanto para Funes y por cuyas aulas pasaron centenares de alumnos. "La comunidad fue muy solidaria, todo el mundo apoyaba", cuenta acerca de la construcción del jardín que la comunidad adoptó como propio, tras la cesión del terreno por parte del municipio y los fondos necesarios enviados por la provincia.
Cuestión de vocación
No sabía si estudiar ciencia política o maestra jardinera. Finalmente, la balanza se inclinó por el contacto con los niños y niñas. "Siempre estuve convencida de que sería una muy buena maestra jardinera", se sincera, fiel a su estilo llano y decidido.
Pese a su profunda experiencia, no deja de enamorarse de su vocación y de volverla a elegir a diario. "Yo el día que no tenga más ganas de ir a un jardín, no voy a ir y listo", declara. Sin embargo, parece estar muy lejos del desgano o la indiferencia. Se divierte y está enamorada de su oficio, "porque trabajas con gente que te hace sentir bien, joven".
Así avanza, optando nuevamente por lo de todos los días, junto a aquellas personas "que no mienten, que te miman y que te dicen que te quieren". Así camina -como si no hubiera otra manera-: con alegría, confianza en los demás, esperanza y manos a la obra, algo de lo que muchos educadores deberían tomar nota y aprender.
Texto: Agustín Stojacovich
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