Pintores de la ciudad
La historia de Titina Lopez y Manuel Basílico, precursores de las artes plásticas en Funes.
Hace ya tiempo en nuestra ciudad se vienen llevando a cabo, desde diferentes ámbitos, actividades para valorar lo propio, sin antes dejar de descubrirlo y enseñarlo, es decir, mostrarlo. Hay referentes de la cultura que en estos tiempos no pueden pasar desapercibidos. Tal es el caso de Titina López y Manuel Basilico, artistas funenses que conservan la vitalidad tras consagrar gran parte de su vida a su gran amor: la pintura.
Titina, que cuenta 84 años y Manuel, que ya pasó la línea de los 90, charlaron con InfoFunes, dándose cita en el lugar donde los domingos de agosto estará expuesta parte de su obra, el Museo Gustavo Cochet. Distintos perfiles, técnicas, modos de trabajo, pero convergiendo en lo fundamental: la pasión y la expresión de la propia vida en cada cuadro, en cada fresco.
Titina, artista de lo cotidiano
Nacida en la ciudad de Santa Fe, ya desde los cinco años se instaló en Funes, para no moverse de aquí jamás y hacer de éste, su lugar en el mundo. Su abuelo le inculcó el amor por el arte y ella lo adoptó, sin titubear, como estilo de vida y opción constante. El gusto por la música, la poesía y, por supuesto, por la pintura.
"Siempre me gustó la pintura, desde chica. Siempre miraba las flores, las frutas y las dibujaba", cuenta Titina, en cuya obra existe siempre un condimento de la cotidianeidad, de lo de todos los días: la casa, la familia, las frutas, los jarrones. Tal es así que, con la voz temblorosa y la mirada invadida por la emoción, revela que "cada cuadro es para mí como si fuera un hijo, porque está toda mi familia. Siempre vas a encontrar algo que haya pertenecido a mi familia".
Así transcurrieron sus días, entre pinturas, tapices y telas, dado que durante gran parte de su intensa vida, también se desempeñó como costurera, diseñando y tejiendo vestidos para todo tipo de eventos, entre los que destacan los vestidos para novias.
Su escuela de pintura fue la mirada, la recorrida por diversas muestras, la charla con amigos pintores. Una suerte de autodidacta, que hizo de la experiencia su principal fuente de aprendizaje. Como un tesoro conserva los cuadros que inmortalizan los momentos de su historia. También, como buena coleccionista, no echa al olvido su colección de sellos postales, y se recuerda como filatelista desde sus diez años. En este sentido, optó y lo seguirá haciendo por no vender -salvo en contadas oportunidades- sus piezas artísticas: "No me gusta desprenderme, no me gusta vender cuadros, son míos", se sincera.
El arte, además de ser "todo" para ella, le ha regalado grandes amistades. Por otra parte, la actividad siempre ofició de motor en la rutina: "Si no hubiera sido por ella (por la pintura), hubiera quedado un poco nula. Así me siento bien, soy feliz", lanza con profunda alegría y emoción Titina, que no deja de regalar salud y pasión por lo que hace ni en la manera de transmitirlo.
Manuel, a quien cualquier perspectiva le sienta bien
Rebosante de vitalidad, vigente y lúcido. Así es Manuel Basilico, que vivió sus noventa años en Funes y en cuyos paisajes tantas veces se ha inspirado. Su obra, prolífica e incansable, cuenta con unos 350 cuadros vendidos y la participación en unas 70 muestras, alrededor de todo el territorio nacional. Además sus obras han ido más allá de las fronteras, encontrando interesados en países como Brasil, Uruguay, Italia, España e Israel, por citar sólo algunos.
Su perfil artístico es múltiple, con rasgos eclécticos en su totalidad: "Pinto de todo. Paisajes, bodegones, naturaleza muerta, retrato". Gran cariño le despiertan los retratos, como en el caso de su nieta de 17 años y el retrato cuando apenas contaba ocho meses, o la pintura del perro que lo acompañaba en las aventuras de cacería, allá en el umbral de la década del 60.
En su vida, tuvo tiempo para todo. Fue letrista, pintaba vidrieras, se recibió de escenógrafo y trabajó 45 años en el ferrocarril. Nunca dejó de hacerse el tiempo para pintar. "Empezaba una obra y la terminaba", asegura. Consecuente, decidido.
En sus cuadros, como él mismo admite, hay de todo. Casas, personas, paisajes. La inspiración no lo ha dejado de lado y, pese a una disminución visual que le ha impedido pintar en este último tiempo, camina junto a su obra a través de distintas muestras o exposiciones en donde lo convocan para conversar, siempre de cuadros -seguramente la razón de su vida-, ya sean propios o ajenos.
Obra abierta
Siempre queda tiempo. Para producir, para innovar, para realizar. Y también para conocer la obra de estos artistas, que realmente vale la pena, por la diversidad y la profundidad de las piezas. Las mismas estarán durante todo el mes de agosto expuestas en el museo Gustavo Cochet, los días martes y jueves de 10 a 12 y sábados y domingos de 16 a 18. Es una interesante propuesta para indagar acerca de la historia, el arte y la expresión, a través de dos referentes de la cultura vernácula.
Texto: Agustín Stojacovich
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