De carne somos: seguir tradiciones y romper prejuicios
La historia de Luciana es como la de muchas: una joven madre trabajadora que además, como los hombres de su familia, es carnicera. </p>
Luciana Rodríguez tiene 38 años. Hace 12 que decidió reabrir el negocio familiar en el que su abuelo, su padre y sus tíos aprendieron un oficio en extinción: la carnicería. Hoy sostiene su propio negocio junto a su pareja, reubicado en calle Santa Fe al 1200.
Delantal siempre puesto, Luciana no apechuga, prende la sierra y ofrece los mejores cortes frescos que vienen con recomendaciones sobre relación precio/calidad, como sucede en las mejores carnicerías tradicionales. Una costumbre que se va perdiendo a medida que ganan terreno las nuevas carnicerías que ofrecen cortes envasados.
De chica ayudaba a “hacer las hamburguesas y el trabajo en la caja” en la carnicería de su familia pero “realmente cuando decidimos reabrir el negocio no sabía mucho del oficio, si bien lo había visto, junto a Pablo tuvimos que aprender todo. Mi abuelo Remigio fue el que nos ayudó, y de a poco fui animándome a más”, cuenta ella.
“Ahora atiendo al público, pero sé hacer todo. Es un trabaja pesado, hay partes de la media res que pesan más de 30 kilos”, cuenta Luciana y remarca que no es la única de las mujeres de la familia que lo hacen, pero sí la que se animó a hacerlo por su cuenta y no para “ayudar” en el negocio de otro: “Mi abuela agarraba la sierra también cuando estaba con mi abuelo; mi tía también, todas ayudando, pero yo seguí de alguna manera por nuestra cuenta y me encanta”.
Si bien ningún oficio es excluyente, es habitual pensar en EL carnicero del barrio. Luciana demuestra todos los días que no le falta nada para ocuparse de su negocio: “Mis clientes ya están acostumbrados, pero hay gente que se sorprende. Me ha pasado que me han pedido por ejemplo costeleta y me preguntan si yo soy la que les voy a cortar, se ve que les choca verte con la sierra, pero ya la cosa va siendo otra, va cambiando por suerte”.
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