Viernes, 29 de Marzo 2024
Lunes, 11 de Diciembre del 2017

Tras un sueño de 40 años: El funense que construye un avión

<p>A Jorge Vanay la pasión le nació en plena adolescencia. “Siempre nos preguntamos qué sentiremos cuando lo veamos volar, no veo la hora de que lo haga", se entusiasma.</p>

 

Volar, a lo largo de la historia, fue el principal anhelo del hombre. Desde las alas de cera que no podían volar ni muy cerca del sol ni muy cerca del mar de Dédalo e Ícaro, pasando por el genial Leonardo Da Vinci hasta llegar a los modernos jets que día a día unen América, Europa y el resto del mundo en pocas horas. Aunque pareciera que la aeronáutica se ha industrializado y que el anhelo primigenio de Ícaro, Dédalo y Leonardo ya no existe, Jorge Vanay demuestra que no es así. Este funense con más de cuatro décadas de piloto trabaja, todos los sábados, junto a su amigo Carlos Zuddas en la construcción de un pequeño avión biplaza, a nivel casi artesanal, para cumplir con el deseo que atraviesa siglos y siglos de historia: volar.

 

La pasión a Jorge le nació en plena adolescencia, cuando buscaba algo de vértigo que suplantara el que le brindaba la moto, a la que había dejado luego de caerse una vez.

“Un día en Las Rosas hicieron un festival aéreo y me subí arriba de un Fokker del Ejército. Cuando me bajé, dije `esto es hermoso, quiero esto`. Al año estaba arriba de un PA-11 haciendo el curso, mi mamá tuvo que ir a firmar para que me dejen. De ahí hasta ahora, que tengo 59, nunca paré de volar, siempre volando”, cuenta el protagonista.

 

Piloto aeroaplicador fue el oficio elegido, pero “por esas cosas que van pasando en la vida no se dió”. Sin embargo, la aeronáutica no dejó su lugar en la vida de Jorge, y bajarse de los aviones nunca fue una opción. Hasta que hace pocos años se abrió una nueva puerta para explotar su pasión: ser constructor. “Tengo un amigo desde muy chico, Carlos Zuddas, que siempre me decía que quería armar un avión, pero yo le decía que no, que era mucho lío, cortar caños, agarrar cables. Él se fue a vivir a San Martín de los Andes, a los dos años volvió y le dije `ya que volviste, vamos a hacer el proyecto, vamos a armarlo`. Ahí nomás compramos los planos y empezamos”, recuerda Jorge.

 

El encargado de elegir el modelo fue Zuddas, quien optó por un modelo llamado, paradójicamente, Fácil. “Yo le tenía miedo a construir las piezas. Un día me llama Carlitos y me avisa que habían llegado los materiales, que vaya a verlos. Cuando llegué, había un montón de caños, con todas las medidas. ¡¿Donde me había metido?!”, se ríe el piloto. “Carlos lo vio muy rústico, muy fácil, un avión de potrero, por eso se decidió por ese avión. Yo con tal de volar voy en cualquier cosa. No importa si es nuevo o viejo”, agrega.

 

Con el avión elegido y los materiales comprados, llegó el momento del motor. “Un día Carlitos me dice `tengo el motor, es un motor diesel, va a andar de 10`. `¡¿Diesel?!", le pregunté”. Claro, los aviones con motores diesel son una rareza, pero los beneficios no tardaron en acumularse: “Bajamos todo por internet, investigamos y nos empezamos a empapar en el asunto. Es el motor de una Meriva, es un Izuzu, 90HP. Tiene una buena autonomía, ya que en una hora vamos a gastar alrededor de 6 litros de combustible, podemos tener diez horas de autonomía y hasta dos de reserva. De velocidad crucero calculamos 150km/h, cómoda, tranquila”.

 

La red de constructores artesanales de aviones se caracteriza por la camaradería y solidaridad, y el dúo lo empezó a experimentar. “Empezamos a conocer mucha gente. Generamos relaciones, pasamos lo que sabemos, ellos nos pasan lo que saben, nos ayudamos mutuamente, nos pasamos datos de dónde comprar los materiales. Muchas cosas se consiguen en Rosario, otras en Buenos Aires o en Paraná, y a todos esos lugares llegamos por la solidaridad que existe entre los constructores. He tenido la suerte de no poder hablar mal de nadie. Hay mucha buena onda, nos visitan en el taller, nos reunimos, comemos asados, ¡no nos dan los tiempos para trabajar casi!”, relata Jorge.

 

El momento determinante del proceso, el que paraliza corazones, es el momento en el que las ruedas se despegan del suelo y el avión asciende, nadando entre corrientes de aire. “Tuve la suerte, la dicha, de estar en Casilda cuando despegaba un Fácil por primera vez, y la emoción que había no se podía transmitir con palabras”, cuenta Jorge, como preludio a revelar su ansiedad y a confesar un pequeño secreto. “Siempre nos preguntamos qué sentiremos cuando lo veamos volar, no veo la hora de que lo haga. De noche hago pruebas solo”.