Sábado, 20 de Abril 2024
Viernes, 06 de Septiembre del 2013

"La identidad, que está aunque no la veamos, que si no existiese habría que inventarla"

"La identidad, que está aunque no la veamos, que si no existiese habría que inventarla"
Sr Director:


Antes que nada, abrazo con mucho entusiasmo la idea, propiciada por Info Funes, de preguntarnos acerca de qué significa, en la actualidad, ser funense. Dicho debate se debe librar acaparando las voces provenientes de los más diversos ángulos posibles para, de esa manera, lograr avanzar en aquello que nos une, que nos da sentido, que orienta nuestras prácticas y pensamientos; en una palabra, acerca de la identidad. Avance que, dicho sea de paso, en mi opinión no trascenderá por ahora el plano de la discusión y de la reflexión pero con el aporte decididamente valioso que eso nos puede conferir a la hora de abordar la historia en común que todos los que amamos a Funes poseemos (aunque nos cueste, en muchas ocasiones, reconocerla).


En un sentido global, es necesario deshacernos de una idea de identidad propiamente dicha en los tiempos que (nos) corren. Tal cual la concebimos, de alguna manera se podría asociar identidad con aquellos rasgos relativamente estables, que se mantienen invariables a lo largo del tiempo en un lugar determinado y que se introyectan en las personas logrando así un sentido de pertenencia, la posibilidad de pensarse desde un "nosotros inclusivo". Por otra parte, la identidad se adquiere en la diferencia; es a partir del encuentro -en muchos casos, no exento de disputas y fricciones- con un Otro que configura, que hace visibles los aspectos típicos y singulares de una cultura determinada. Volviendo sobre la idea de identidad, hay que subrayar que vivimos en una época fluida, espontánea, donde ni la permanencia ni la constancia se destacan por orientar nuestras relaciones, ya sea con el espacio, con las cosas pero fundamentalmente con las personas. Por eso, en un mundo cambiante y relativo, se vuelve complejo encontrar rasgos que sean perennes y no acaben por desaparecer, por desvanecerse en el aire. Empresa ardua, exigente pero de ningún modo imposible.


En lo que a Funes respecta, es interesante este tipo de iniciativas que contribuyen a cartografiar mapas que nos permitan movernos con mayor conciencia por los lugares por los que habitualmente circulamos. Mapas, hay que decirlo, que poco tienen que ver con la demarcación de límites y espacios físicos; mapas que, por lo contrario, buscan indagar sobre el aspecto cultural e identitario de nuestra comunidad. En el (re) conocernos se juegan muchas cosas: el amor por lo propio, el sentido de la presencia de otros, la capacidad de adaptarse al cambio. Además, cabe destacarlo, es un hábito que tenemos que sembrar como ciudadanos comprometidos. Es decir: el de coexistir en un espacio que, según marca la experiencia reciente, ha estado signado por conflictos en todas las escalas. Lo que es de todos termina siendo, las más de las veces, de nadie. Y ese anonimato no puede ser el patrón de nuestro modo de desenvolvernos ni en nuestro pueblo ni en cualquier otro lado. En ese pequeño gesto, el de desimplicarse, se vislumbran cuantiosos límites que, amparados por el individualismo recalcitrante, nos llevan a desentendernos de todo cuanto nos rodea.


Otro acto ciudadano debería ser el de sabernos enriquecidos por la diversidad. Por ello, hay que despojarse de la idea de tolerancia: ésta tiene su raigambre en una relación vertical, donde unos observan y "aceptan" a otros, aún sin estar de acuerdo en lo absoluto, pero detentando el poder de determinar qué es lo que se puede y qué lo que no trasgrediendo esa norma impuesta, fruto del arbitrio. ¿A qué voy con esto? Que hay que trabajar sobre la idea -hasta echarla por tierra- de encontrar en el "rosarino" el chivo expiatorio y, por lo tanto, la fuente de la que emergen todos nuestros males (cuando no se hace alusión a la -no- gestión de nuestros funcionarios públicos): la inseguridad, los ritmos acelerados, las costumbres perturbadas. "Vinieron a buscar tranquilidad pero terminaron por estropear la nuestra", parecería ser en denominador común de muchas de las representaciones mentales de varios funenses. Por eso, el diálogo, la integración, la capitalización -entendida a la vez como una actitud cultural y económica- del cambio pueden servirnos como herramientas útiles para pensar en un futuro mediato más ordenado, más respetuoso, más feliz. Nota aparte merecen todos aquellos que no buscan imbuirse en la lógica local, que no les interesa inmiscuirse en los asuntos que, en teoría, deberían competernos a todos. Bien pueden ser tildados de "rosarinos viviendo en Funes" y eso es algo que reclama nuestra atención en términos de participación y creación conjunta, que brilla por su ausencia en este caso.


En este punto, alguna que otra recapitulación: soy de los que piensa en que nadie es dueño de la tierra -no al sentido literal sino simbólico- , ni de los ritmos, ni de las calles, ni de los lugares públicos. Todos somos dueños y co-creadores de lo que habitamos. Estoy convencido, a su vez, que con prejuicios -de esos que es necesario erradicar en la medida de lo posible-, con intolerancia, con falta de diálogo no se llega a ningún puerto. La transición está ahí: quien no la quiera ver, bien le vale la etiqueta de necio. Es cierto: son instantes, quizás imperceptibles pero bien vale el esfuerzo. Está en nosotros -y en nuestra creatividad, apertura- el hacer de esta metamorfosis algo para el bien de todos y aprovecharlo en toda su magnitud. Dar la espalda, la ausencia, la indiferencia no es el camino.


Va a ser arduo, nadie dice que no. Sin embargo, los desafíos van de la mano de la búsqueda de la verdad, de nuestra verdad. Y si eso implica reunirse, juntarse, mejor aún. Eso potencia un encuentro sin rodeos ni especulaciones, a corazón abierto, como quien dice. Que hay historia para desempolvar, la hay; que hay rasgos en común, los hay. Que el cambio que más nos hace falta y que urge es el de la actitud, nos sobran los motivos para leer desde esa clave. Y porque a esto, conciudadanos, hay que ponerle el alma y el corazón; porque no hay otra manera. Las estrategias, las medidas para plasmar en proyectos todas las ideas ya saldrán a nuestro cruce; pero más adelante,  porque la razón jamás puede preceder a la emoción, al sentimiento. Es su magnífica consecuencia.  


Es tiempo de abrirnos, es momento de encuentro. Y de resignificar los términos, tan manoseados por el discurso político que se sabe progresista, de encuentro, diversidad, enriquecimiento mutuo. Se hace camino al andar; no hay recetas, ni modelos. El camino es propio, estrictamente singular, único. Los abrazo fraternalmente, desde mi humilde contradicción: como una persona que vive en Roldán pero que siente, vive, ama y sueña como un funense, aunque muchas veces no sepa de qué se trata. Con lo que eso da para pensar. Y soñar.


Agustín Stojacovich.


D.N.I. 35. 463. 552.